Blog personal de Alejandro Castroguer

En este blog podrás estar al tanto de las noticias que generen las novelas "GLENN" (Premio Jaén de Novela 2015), "LA GUERRA DE LA DOBLE MUERTE", "EL ÚLTIMO REFUGIO", "EL MANANTIAL" y "HOLMES Y EL CASO DE LOS OCHO ESTÓMAGOS", y las antologías "Vintage'62: Marilyn y otros monstruos" y "Vintage'63: J.F.K. y otros monstruos" entre otras. Además, es lugar de encuentro para amantes del cine, la literatura, la buena música y las aventuras del Rey Mono.

sábado, 11 de diciembre de 2021

Fotografía coral

 


Fotografía coral: 11 de diciembre de 2021


Una gaviota que pasa de largo dejando tras de sí la estela de sus chillidos. 

Unos coches que pasan, encendidos los ojos. 

El eco de una chirigota que suena a través de la ventanilla abierta de uno de ellos.

El intermitente de un auto que se parece al intermitente chillido de las gaviotas. 

Un perro que pasea a una chica, que se cree su dueña.

La estela luminosa de un avión que tatúa el cielo. 

Una niña que sube unas escaleras a zapatazos, o que espanta el frío de esa manera.

Media luna que asoma su blancura a la anochecida.

Alguien que tira la basura y después se limpia las manos. 

Un hombre que mira con devoción su teléfono.

El sacerdote que, vestido de calle, se acerca a la iglesia.

Cuatro viajeros y sus cuatro maletas que van o que vienen.

Ese repartidor de comida que estaciona la moto de cualquier manera. 

En línea, las farolas encendidas convocando a la noche.

La insomne presencia de dos enormes árboles al otro lado de la plaza.

Dos amigas que tejen sus líos amorosos entre cotilleos.

Un músico, con su guitarra a cuestas, en busca de una armonía perdida.

Y ese alguien que observa, sonríe y anota el presente.


sábado, 9 de octubre de 2021

Un trébol de cuatro hojas

Las aulas de un colegio, instituto o universidad conforman un ecosistema similar al de nuestra oficina, al del bloque de viviendas donde vivimos o al de nuestra familia, grupo de amigos, club de lectura o cofradía. Y en todos los ecosistemas existen laberintos, atajos que no conducen a ninguna parte, y únicamente un camino verdadero. Gente que suma y gente que resta. Náufragos y cicerones. Faros y farallones.

Pues bien, en las (boscosas) aulas hay profesores, que suman una inmensa mayoría, y maestros, los menos. Entre ellos no hay confusión posible: unos fichan y miran el reloj cada poco tiempo mientras que los otros viven por y para enseñar, casi se dejan el pellejo y las horas de ocio en una labor diaria, anual, vital. Ni sentencio a unos ni absuelvo a otros, simplemente los describo. Los profesores son eso, simplemente profesores, labor por otra parte encomiable. Pero los maestros son otra cosa; infrecuentes como tréboles de 4 hojas, son sabios con almas jóvenes, niños en cuerpos de adultos. Puro abono para el futuro.

Hoy recuerdo a uno de los míos: se llamaba Luis Díez Jiménez. Mejor dicho, don Luis.

Luis Díez Jiménez
Luis Díez Jiménez

No todo el mundo tiene la suerte de tropezarse a un maestro. Pues bien, sin merecerlo, tuve la fortuna de encontrar un trébol de cuatro hojas cuando gastaba catorce años y estudiaba primero de BUP. El destino quiso que nuestros caminos se cruzasen rápida, fugazmente. Corría el año 1985, creo. Don Luis Díez Jiménez enseñaba Ciencias Sociales en el instituto de Martiricos (Málaga) y yo iba a ser uno de sus alumnos. Aplicado, sí. Enamorado de su forma de enseñar, también. Agradecido, por supuesto.
 
Disfrutaba como un niño, no yo, él, don Luis. Recuerdo que sus clases eran amenas, que le encantaban los nombres científicos de animales y plantas y que sonreía cuando alguno nos sonaba a palabrota u obscenidad; cosas de maestro, que se mira en el espejo virgen de sus alumnos. Recuerdo que sus exámenes eran de lo más original: nos reunía al fondo del aula, unos al lado de los otros, y disparaba una pregunta al primero de la fila, y si éste desconocía la respuesta, corría el turno y el segundo disfrutaba de su oportunidad. Recuerdo que era una suerte de "pasopalabra" en el que uno podía ascender puestos y perderlos si contestaba con acierto o con ninguno a sus cuestiones; así nos evaluaba, porque no le daba gana hacer exámenes a la clásica y vieja usanza. Recuerdo que bromeaba diciendo que los últimos cinco de la fila suspenderían, amenzaba que por otra parte nunca consumó porque todos teníamos garantizado el aprobado prestándole la atención debida y entendiendo que las Ciencias Sociales son parte de nuestra vida y entorno, simplemente con eso, que no es poco en una clase de un instituto.

De don Luis me llevé el recuerdo imperecedero (recuerdo al cuadrado, al cubo y a la enésima potencia), también la sonrisa cada vez que me acuerdo de él o me lo recuerdan, y la inclusión en el listado que de cada curso elaboraba con los alumnos más aplicados. Porque sí, don Luis premiaba a los primeros de aquella suerte de "pasopalabra", a los aventajados en aquellos exámenes orales y descojonantes, con un galardón único: ser incluidos en aquellos listados. Pues bien, junto a mi hermano Antonio aparezco en el curso de 1985.
 
Valga este pequeño texto para recordar a un hombre eminentemente bueno, honesto. A un verdadero maestro. A uno de mis tréboles de cuatro hojas.

Uno de sus bestseller
 
Os dejo, a modo de conclusión, una breve biografía hallada en internet: 
 
Luis Díez Jiménez nació en Madrid en 1920. Cursó la carrera de Ciencias Naturales y se doctoró en la Universidad Central. Fue número uno en las oposiciones a profesor adjunto y número dos en las de cátedra. Ha impartido clases en Aranda de Duero y desde 1948 en institutos de Jaén y Málaga como catedrático.Ha escrito numerosos artículos científicos y periodísticos. 
El gran salto a la fama se lo proporcionó su Antología del disparate, que fue best seller durante mucho tiempo. Tiene publicados además Segunda antología del disparate, Nueva antología del disparate, Disparates en la transición (con prólogo de Camilo José Cela), Diccionario del español eurogilipuertas, Historia de 'este país' (de la Dama de Elche a Felipe González) y Formi, aventuras de una hormiga
Falleció en 2007 en Málaga, donde fue enterrado.

lunes, 9 de agosto de 2021

Tiempo de amor y mar

 

Título: TIEMPO DE AMOR Y MAR

Autor: Francisco Álvarez Velasco 

Año: 2021

Editorial: Eolas Ediciones

Páginas: 126

 

Texto de contraportada: En el título, Tiempo de amor y mar, Francisco Álvarez Velasco resume los temas que le han venido obsesionando en todos sus libros: la fugacidad de la existencia, el amor tanto carnal como platónico, la muerte («la mar, que es el morir») y el diálogo con la naturaleza. Temas todos ellos que el poeta aborda desde la perspectiva de la niñez, por eso una parte se titula «Jardín de infancia», o desde el tiempo de la escritura del libro.

 

Y aceptación de la realidad existencial: «La vida es como es / y no vienen al caso / los empeños del hombre. / [En cambio, de la muerte / nunca se sabe / porque nadie ha vuelto, / excepto el hermano de María y de Marta / y aquel de Nazaret, al cabo de tres días, / pero nada dijeron]».

 

EN LACE donde comprar "Tiempo de amor y mar":

https://www.eolasediciones.es/catalogo/coleccion-leteo/tiempo-de-amor-y-mar/

 

 


 

(El mérito de todo el texto en cursiva presente en esta reseña es del poeta.)

El nuevo poemario de Francisco Álvarez Velasco (Cimanes del Tejar, León, 1940) acaba con un atardecer de oro, atardecer que antecede a los recuerdos y al mismísimo final del libro porque la vida se termina en un silencio, afirmación que en sí misma parece una obviedad, pero el poeta añade en el siguiente verso, con certero juicio, un silencio como de pozo seco, / como una piedra que nunca ha movido nadie, señalando al escenario –ya sea el de los recuerdos, el de la infancia, el de la ausencia y el de la eterna naturaleza, todos aquí presentes– como fedatarios de una despedida encubierta de poemario; y es que es eso justamente “Tiempo de amor y mar”, casi una prórroga, la inminencia del adiós.

Desde el primero de los poemas, nombrado “Las dos orillas”, hasta el último de ellos, titulado “Final”, se extiende todo un mundo por el que rezar, soñar, una comarca a la que escuchar en silencio, como hay que escuchar a muchas de sus casas, silenciosas custodias de otras épocas. En el anteriormente referido “Las dos orillas” ya está presente el final, el final latente ya el mismísimo principio:

Mejor, vuelve al principio

–aquel buen territorio

cuando empezó la vida–.

Vuelve a los álamos,

junto a la fuente fría;

al crepitar ardiente del centeno,

a los ojos aquellos que miraban

y miraban atentos

debajo de los puentes

cómo el agua corría,

                                    limpia y clara,

en su eterno pasar.

 

Eterno retorno, casi al modo de las “Variaciones Goldberg” de Bach: es fácil imaginar a Cecilio Testón, a tenor de lo dicho en el poema “La violencia de las horas”, escuchando esta música y estos versos u otros del autor de “Gregor Samsa frente a la ventana”, y nosotros escuchándolo todo como el pintor asturiano. Eterno discurrir el de estos versos en busca de la verdad existente más allá de las palabras, del agua en busca de la mar y del amor en pos de la memoria. Porque el amor y la mar –cuando no la mera reminiscencia de ellos– domestican el mundo, lo hacen habitable, porque de eso escribe el poeta, de este tiempo/territorio que es, a un mismo tiempo, amor y mar, alfa y omega, principio y fin, desgaste, demolición, vida. 

De una parte está el amor, que tiene valor de oro/, de plata o de acero y que inhibe el silencio, la seca soledad, o tiende todos los puentes de la vida y no se olvida de las manos, los labios, la lengua  porque la piel de la persona es mapa de olvido, esencialmente un amor hecho de ojos  pero también hecho de tarde, de las sombras de la noche . Por eso Álvarez Velasco pide Dame tu noche de coral y sombras a alguien que le conoce bien, solos tú y yo y el fuego fundidos contra el mundo, sabedor que esa máxima que afirma que del todo no se van los bienamados.

De otra parte, la mar y su ansiedad insaciable con sus gaviotas y sus chillidos salvajes en la noche, erizada de perros viejos y algas podridas. La mar como heraldo que a veces me está llamando a voces y que el poeta en ocasiones no entiende, o finge no entenderla, Dime, oh mar, dime qué me estás diciendo. La mar como destino del que es posible que llegue al buzón una postal de ultramar con palomas, violetas y un te quiero. Como espejo de lo que sucede tierra adentro, la mar centenal de las espigas. Como norte de ese juego infantil de vaciar toda la mar en un pozo. Sea como fuere, siempre la mar lejana, la mar amarga.

Francisco Álvarez Velasco, ganador entre otros del IX Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza", del Premio de la Crítica de Asturias 2005, Premio Jaén de poesía 2015 y Premio de la Crítica de Asturias, regresa al eatro literario tras su novela “Incursión del demonio meridiano” con un nuevo poemario donde retoma muchos de los temas que le son queridos y que ya poblaban “Noche” o “Memoria de la sombra”, donde habita el silencio del mundo, o se revuelve el tiempo en remolinos, donde es posible oír gota a gota los andares del tiempo” con la certeza de que este tiempo no es tuyo y de que nadie me abre la puerta de la casa del olvido.

Señalar que uno de los poemas más demoledores y menos ambiguos es “La violencia de las horas”, doloroso rosario de pérdidas; que permanece latente la ausencia de la madre del autor en “2 de noviembre” y en “Hoja de otoño”, y que, además, hay incluso ocasión para reivindicar el país de la infancia, la de los que lo tienen todo y también la de de esos niños Jesús que fueron nacidos en pateras. 

Pidiendo al amor, al tiempo, a Dios –llámalo como quierasque nos guarde al poeta de Cimanes del Tejar muchos años y muchos poemas más, a modo de corolario dejo este poema sin nombre, que dice así:

¿Durar como la piedra?

Mejor, mucho mejor,

morir como el adobe

que el aire, el agua, el sol

y el tiempo desordenan

en barro,

en limo,

en paja.

  

Al cabo de la segunda lectura, no es apresurado decir que“Tiempo de amor y mar” es una lectura tan gozosa como bellamente dolorosa. 

                                                                Palabra del perro de Amadeus.

viernes, 16 de abril de 2021

ÁNGULO

 

La imagen es un lienzo de Vilhelm Hammershøi, "The quiet room"



ÁNGULO

 

Extranjero en todas partes,
menos en mis zapatos.
Pasajero a todas horas,
menos en nuestra luz.
 

viernes, 26 de febrero de 2021

Adiós, Toledo


Título: ADIÓS, TOLEDO

Autor: Hilario Barrerro 

Año: 2020

Editorial: NewCastrle Ediciones

Páginas: 142

Leer la pertinente novedad literaria de Hilario Barrero se ha convertido en una venturosa costumbre para quien esto escribe, novedad que, como si fuese el anuncio de Dios sabe qué, me fue remitida a casa el mismo día en que cumplía cincuenta años, que son casi casi los mismos que el maestro Barrero comparte Barcelona y Brooklyn y Toledo (amén de cuantos miedos y gozos son y han sido) con su pareja. En cualquier caso, no reduzcamos la lectura de la nueva obra del autor de “Educación nocturna” a mera costumbre o patria pequeña, pues es deleite y música callada de palabras, remembranza de cuanto era y ya no es, rincón donde detenerse y reconocerse uno mismo en esa pausa temporal que, a su vez, se concede el poeta y en ese credo que imprime a cada uno de sus escritos.    


En este “Adiós, Toledo” cohabitan, si no los mismos paisajes y personajes que en sus versos y diarios, parecidos, sombras todas de una misma luz, carbones mojados de idéntico fuego; quien haya leído con anterioridad a Barrero sabe de qué hablo. Aquí están el señor Miguel, sacristán de Santo Tomé; don Gregorio Marañón, que sale de misa de doce envuelto en su capa española; don Antonio, maestro y director del Colegio Nuestra Señora del Sagrario; y Salvador Dalí, que firma el ABC a un Hilario adolescente o niño. También un mendigo sentado en el atrio de la Iglesia Baptista de la Séptima Avenida, ese perro lazarillo de mirada de cristal que aguarda el regreso de su amo a las puertas del metro de la calle 72, dos palomas no mensajeras porque ya tienen las alas plomadas, y una pareja que frecuenta Prospect Park con obstinación de animales de costumbres, “dos viejos que caminan por el lado donde el sol calienta”.  
 

Aquí están citados Guastavino y su arquitectura, Nikos Kazantzakis y “Zorba el griego”, Donald Hall y uno de sus poemas y Gabriel y Galán y uno de los suyos, Lope de Vega y Quevedo, Juan Ramón Jiménez y Emily Dickinson, el Quijote, la “Obertura 1812” de Tchaikovsky, la primera “Sonata para chelo y piano” de Beethoven y la voz de Pavarotti cantando “E lucevan le stelle”, pero sobre todo hay espacio para ese ilustre vecino que es El Greco, con sus retratos de Fray Hortensio Féliz de Paravicino y el cardenal Fernando Niño de Guevara, y también y cómo no “El entierro del Conde de Orgaz”, casi otro personaje más en este bestiario.
 

Aquí huele a almendra amarga, a mazapán de infancia, a campo y a olivo, a "café humeante de una tarde de invierno", a brezo calcinado, a alacena, a sacristía, a anís y a la soledad boscosa de una casa cerrada. Aquí la luz, "lavada y bautizada", se hace relicario y lluvia, también roquete o toldo de niebla. Aquí la música es silencio sinfónico. Aquí el artista señala, amén del amor de su vida (que se hace presente en carne de segunda persona del singular en el texto “Volver a explicar el subjuntivo”), otros tres amores, la poesía, la ópera y el maratón.
 

Aquí duelen las “sístoles oxidadas y diástoles enmohecidas”, “el respirar de las raíces”, el paso “avaricioso de la muerte” y el recuerdo que “es como un enemigo que está siempre de guardia”. Se incendian “la hoguera de la mocedad y la hoguera del amor” y la convicción de que “algún día arderemos”. O truena “el relámpago oscuro del correr de las ardillas”.  
 

La nueva publicación de Barrero es, en definitiva, un continuo viaje de ida y vuelta, de Toledo a Nueva York, de Santo Tomé a Brooklyn, del cementerio de Green Wood a la plaza de Zocodover, de la calle Ancha a Central Park, de la Casa de Socorro a Plaza Street, como si los textos fuesen una bandada de pájaros que necesitase de la migración continua para datar la grandeza de cada detalle, de cada nombre, de cada ausencia o presencia.
 

Ahora nos toca a nosotros, lectores, poner la voz y la mirada del poeta en cada renglón como si quien lo leyese no fuese sólo uno, sino dos, el propio autor y uno, ambos en busca de la luz lejana de esta despedida toledana que, por ventura, esperamos quede en un prometedor Hasta luego.  

 

Palabra del perro de Amadeus 

Enlace donde comprar "Adiós, Toledo":  

https://www.librerantes.com/libro/adios-toledo/