Blog personal de Alejandro Castroguer

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viernes, 26 de febrero de 2021

Adiós, Toledo


Título: ADIÓS, TOLEDO

Autor: Hilario Barrerro 

Año: 2020

Editorial: NewCastrle Ediciones

Páginas: 142

Leer la pertinente novedad literaria de Hilario Barrero se ha convertido en una venturosa costumbre para quien esto escribe, novedad que, como si fuese el anuncio de Dios sabe qué, me fue remitida a casa el mismo día en que cumplía cincuenta años, que son casi casi los mismos que el maestro Barrero comparte Barcelona y Brooklyn y Toledo (amén de cuantos miedos y gozos son y han sido) con su pareja. En cualquier caso, no reduzcamos la lectura de la nueva obra del autor de “Educación nocturna” a mera costumbre o patria pequeña, pues es deleite y música callada de palabras, remembranza de cuanto era y ya no es, rincón donde detenerse y reconocerse uno mismo en esa pausa temporal que, a su vez, se concede el poeta y en ese credo que imprime a cada uno de sus escritos.    


En este “Adiós, Toledo” cohabitan, si no los mismos paisajes y personajes que en sus versos y diarios, parecidos, sombras todas de una misma luz, carbones mojados de idéntico fuego; quien haya leído con anterioridad a Barrero sabe de qué hablo. Aquí están el señor Miguel, sacristán de Santo Tomé; don Gregorio Marañón, que sale de misa de doce envuelto en su capa española; don Antonio, maestro y director del Colegio Nuestra Señora del Sagrario; y Salvador Dalí, que firma el ABC a un Hilario adolescente o niño. También un mendigo sentado en el atrio de la Iglesia Baptista de la Séptima Avenida, ese perro lazarillo de mirada de cristal que aguarda el regreso de su amo a las puertas del metro de la calle 72, dos palomas no mensajeras porque ya tienen las alas plomadas, y una pareja que frecuenta Prospect Park con obstinación de animales de costumbres, “dos viejos que caminan por el lado donde el sol calienta”.  
 

Aquí están citados Guastavino y su arquitectura, Nikos Kazantzakis y “Zorba el griego”, Donald Hall y uno de sus poemas y Gabriel y Galán y uno de los suyos, Lope de Vega y Quevedo, Juan Ramón Jiménez y Emily Dickinson, el Quijote, la “Obertura 1812” de Tchaikovsky, la primera “Sonata para chelo y piano” de Beethoven y la voz de Pavarotti cantando “E lucevan le stelle”, pero sobre todo hay espacio para ese ilustre vecino que es El Greco, con sus retratos de Fray Hortensio Féliz de Paravicino y el cardenal Fernando Niño de Guevara, y también y cómo no “El entierro del Conde de Orgaz”, casi otro personaje más en este bestiario.
 

Aquí huele a almendra amarga, a mazapán de infancia, a campo y a olivo, a "café humeante de una tarde de invierno", a brezo calcinado, a alacena, a sacristía, a anís y a la soledad boscosa de una casa cerrada. Aquí la luz, "lavada y bautizada", se hace relicario y lluvia, también roquete o toldo de niebla. Aquí la música es silencio sinfónico. Aquí el artista señala, amén del amor de su vida (que se hace presente en carne de segunda persona del singular en el texto “Volver a explicar el subjuntivo”), otros tres amores, la poesía, la ópera y el maratón.
 

Aquí duelen las “sístoles oxidadas y diástoles enmohecidas”, “el respirar de las raíces”, el paso “avaricioso de la muerte” y el recuerdo que “es como un enemigo que está siempre de guardia”. Se incendian “la hoguera de la mocedad y la hoguera del amor” y la convicción de que “algún día arderemos”. O truena “el relámpago oscuro del correr de las ardillas”.  
 

La nueva publicación de Barrero es, en definitiva, un continuo viaje de ida y vuelta, de Toledo a Nueva York, de Santo Tomé a Brooklyn, del cementerio de Green Wood a la plaza de Zocodover, de la calle Ancha a Central Park, de la Casa de Socorro a Plaza Street, como si los textos fuesen una bandada de pájaros que necesitase de la migración continua para datar la grandeza de cada detalle, de cada nombre, de cada ausencia o presencia.
 

Ahora nos toca a nosotros, lectores, poner la voz y la mirada del poeta en cada renglón como si quien lo leyese no fuese sólo uno, sino dos, el propio autor y uno, ambos en busca de la luz lejana de esta despedida toledana que, por ventura, esperamos quede en un prometedor Hasta luego.  

 

Palabra del perro de Amadeus 

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