Título: TIEMPO DE AMOR Y MAR
Autor: Francisco Álvarez Velasco
Año: 2021
Editorial: Eolas Ediciones
Páginas: 126
Texto de contraportada: En el título, Tiempo de amor y mar, Francisco Álvarez Velasco resume los temas
que le han venido obsesionando en todos sus libros: la fugacidad de la
existencia, el amor tanto carnal como platónico, la muerte («la mar, que es el
morir») y el diálogo con la naturaleza. Temas todos ellos que el poeta aborda
desde la perspectiva de la niñez, por eso una parte se titula «Jardín de
infancia», o desde el tiempo de la escritura del libro.
Y
aceptación de la realidad existencial: «La vida es como es / y no vienen al
caso / los empeños del hombre. / [En cambio, de la muerte / nunca se sabe /
porque nadie ha vuelto, / excepto el hermano de María y de Marta / y aquel de
Nazaret, al cabo de tres días, / pero nada dijeron]».
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(El
mérito de todo el texto en cursiva presente en esta reseña es del poeta.)
El
nuevo poemario de Francisco Álvarez Velasco (Cimanes del Tejar, León, 1940) acaba
con un atardecer de oro, atardecer
que antecede a los recuerdos y al mismísimo final del libro porque la vida se termina en un silencio, afirmación que en sí misma parece una obviedad, pero el poeta añade en el siguiente verso, con
certero juicio, un silencio como de pozo
seco, / como una piedra que nunca ha movido nadie, señalando al escenario –ya
sea el de los recuerdos, el de la infancia, el de la ausencia y el de la eterna
naturaleza, todos aquí presentes– como fedatarios de una despedida
encubierta de poemario; y es que es eso justamente “Tiempo de amor y mar”,
casi una prórroga, la inminencia del adiós.
Desde
el primero de los poemas, nombrado “Las dos orillas”, hasta el último de ellos,
titulado “Final”, se extiende todo un mundo por el que rezar, soñar, una comarca
a la que escuchar en silencio, como hay que escuchar a muchas de sus casas, silenciosas custodias
de otras épocas. En el anteriormente referido “Las dos orillas” ya está presente el final, el
final latente ya el mismísimo principio:
Mejor, vuelve al principio
–aquel buen territorio
cuando empezó la vida–.
Vuelve a los álamos,
junto a la fuente fría;
al crepitar ardiente del centeno,
a los ojos aquellos que miraban
y miraban atentos
debajo de los puentes
cómo el agua corría,
limpia y clara,
en su eterno pasar.
Eterno
retorno, casi al modo de las “Variaciones Goldberg” de Bach: es fácil imaginar a
Cecilio Testón, a tenor de lo dicho en el poema “La violencia de las horas”,
escuchando esta música y estos versos u otros del autor de “Gregor Samsa frente
a la ventana”, y nosotros escuchándolo todo como el pintor asturiano. Eterno discurrir el de
estos versos en busca de la verdad existente más allá de las
palabras, del agua en busca de la mar y del amor en pos de la memoria. Porque el
amor y la mar –cuando no la mera reminiscencia de ellos– domestican el mundo,
lo hacen habitable, porque de eso escribe el poeta, de este tiempo/territorio que
es, a un mismo tiempo, amor y mar, alfa y omega, principio y fin, desgaste,
demolición, vida.
De
una parte está el amor, que tiene valor
de oro/, de plata o de acero y que inhibe el silencio, la seca soledad, o tiende todos los puentes de la vida y no se olvida de las manos, los labios, la lengua porque la piel de la persona es mapa de olvido, esencialmente un amor hecho de ojos pero también hecho de tarde, de las sombras de la noche . Por eso Álvarez
Velasco pide Dame tu noche de coral y
sombras a alguien que le conoce bien, solos
tú y yo y el fuego fundidos contra el mundo, sabedor que esa máxima que afirma que del todo no se van los bienamados.
De
otra parte, la mar y su ansiedad
insaciable con sus gaviotas y sus
chillidos salvajes en la noche, erizada de perros viejos y algas
podridas. La mar como heraldo que a veces me está llamando a voces y que el poeta en ocasiones no entiende, o
finge no entenderla, Dime, oh mar, dime
qué me estás diciendo. La mar como destino del que es posible que llegue al
buzón una postal de ultramar con palomas,
violetas y un te quiero. Como espejo de lo que sucede tierra adentro, la mar centenal de las espigas. Como
norte de ese juego infantil de vaciar
toda la mar en un pozo. Sea como fuere, siempre la mar lejana, la mar amarga.
Francisco
Álvarez Velasco, ganador entre otros del IX Premio Internacional de Poesía
"Antonio Machado en Baeza", del Premio de la Crítica de Asturias 2005,
Premio Jaén de poesía 2015 y Premio de la Crítica de Asturias, regresa al eatro literario tras su
novela “Incursión del demonio meridiano” con un nuevo poemario donde retoma
muchos de los temas que le son queridos y que ya poblaban “Noche” o “Memoria de
la sombra”, donde habita el silencio del
mundo, o se revuelve el tiempo en
remolinos, donde es posible oír gota
a gota los andares del tiempo” con la certeza de que este tiempo no es tuyo y de que nadie
me abre la puerta de la casa del olvido.
Señalar
que uno de los poemas más demoledores y menos ambiguos es “La
violencia de las horas”, doloroso rosario de pérdidas; que permanece latente la ausencia de la madre del
autor en “2 de noviembre” y en “Hoja de otoño”, y que, además, hay incluso
ocasión para reivindicar el país de la infancia, la de los que lo tienen todo y también la
de de esos niños Jesús que fueron nacidos en pateras.
Pidiendo
al amor, al tiempo, a Dios –llámalo como quieras– que nos guarde al poeta de Cimanes del Tejar muchos
años y muchos poemas más, a modo de corolario dejo este poema sin nombre, que dice así:
¿Durar como la piedra?
Mejor, mucho mejor,
morir como el adobe
que el aire, el agua, el sol
y el tiempo desordenan
en barro,
en limo,
en paja.
Al
cabo de la segunda lectura, no es apresurado decir que“Tiempo de amor y
mar” es una lectura tan gozosa como bellamente dolorosa.
Palabra del perro de Amadeus.