Explanada de la Estación de Santa Justa, Sevilla
Convocados por el instinto, los zombies abarrotan la explanada de la Estación de Santa Justa. Sacrifican la individualidad en favor de la raza. Miles de brazos y una sola idea. Carne fresca, dos palabras que crecen como un tumor. Mientras tanto cada uno alimenta como puede la rata del estómago, unos con su propia rabia, otros con promesas inciertas. Pero como las ideas son poco nutritivas, ninguno consigue engañar al hambre. Así que no están dispuestos a aguantar más. Esta misma tarde caerá la Estación. Dentro les espera un verdadero banquete. Carne fresca.
Los hay que arengan a la multitud subidos sobre los cadáveres de los coches. Lanzan proclamas incendiarias, “¡muerte!”, los dos puños al cielo de Sevilla. Como la mecha de un explosivo la palabra recorre de una esquina a otra la explanada, todo un terremoto que se siente en los mismos huesos. Se repite en cada esquina, “¡muerte!”, como una contraseña que sumase esfuerzos y anulase voluntades.
Al otro lado de la ciudad, la tarde se extingue poniendo zancos a las sombras, la última luz del sol prendida en las nubes, empeñada en obrar el milagro, en hablar de esas otras tardes en que la vida del barrio se medía por el número de cañas servidas en las terrazas o por los juegos de los niños en los Jardines de la Buhaira.
El pasado es un montón de cascotes, una ruina que se antoja más antigua que la misma vida. El PASADO, el desastre de la Navidad de 2009. Lo primero fue la desinformación. O simplemente las noticias contradictorias. Se habló de un misterioso accidente en un submarino inglés en aguas gibraltareñas y también de un atentado terrorista que nadie se atrevió a precisar ni mucho menos a reivindicar. Demasiadas incógnitas. Fueron dos semanas en que, para sofocar el miedo de la población, el Ministerio de Sanidad negó el primer caso. La conclusión del informe forense apuntó una palabra, una mutación de la lepra. Por su parte el Ministerio del Interior, a través del señor Pérez Rubalcaba, proclamó tener controlada totalmente la situación. Una gran mentira.
En un primer momento los telediarios hablaron de los asesinatos de Hornachuelos, provincia de Córdoba. Los titulares señalaban su extremada violencia. Desde entonces ya nada fue igual.
Hay demasiados coches volcados, barricadas improvisadas con sacos de arena, contenedores en llamas y edificios calcinados como para desmentir la magnitud del drama. Sigo sin despertar de esta pesadilla.
Asomada discretamente a la ventana veo todo lo que ocurre ahí abajo. No quiero que nadie descubra mi refugio y perder lo poco que tengo.
Un golpe de mar, una ola de cuerpos cubiertos de sangre se abalanzan contra la puerta principal. Gritan. La rabia. Los alaridos estrellándose contra los edificios de los alrededores que tiemblan de miedo, igual que los cristales de la estación, que parecen a punto de ceder ante tanta hambre.
A lo lejos se escucha un helicóptero. Nada más sentirse el tableteo de las hélices los zombies se dispersan buscando refugio debajo de la gran marquesina de la entrada o tras el parapeto de un coche calcinado.
Una voz, la megafonía del helicóptero de la Policía Nacional, atrona desde el cielo. Las palabras duras, inflexibles:
-El lugar de encuentro, los Jardines de la Buhaira, frente al hotel. La infección tiene curación, sólo tienen que rendirse.
El helicóptero se aleja rumbo al centro, a lo lejos la figura de la Giralda.
De inmediato los zombies regresan a sus posiciones frente a la entrada. Manos que golpean con rabia los cristales de la entrada de la estación. La estructura tiembla toda entera. Garabatos de sangre sobre las puertas.
Al otro lado de la estación, quinientos metros en dirección noreste, se encuentra la parilla de las vías. Por calle Efeso llegan cientos de zombies armados con martillos, picos y palas, cruzan la Avenida Kansas City y suben al puente de Manuel del Valle. Desde ahí arriba la panorámica de las vías del tren es excelente. Espoleados por la multitud cada zombi levanta el brazo armado. Los ojos incendiados. De nuevo el HAMBRE. Los hay quienes aprovechando las heridas de los últimos bombardeos acceden a las vías, las líneas de acero a sus pies.
Contra la puerta principal se lanza una papelera. El simple hecho de que se vidrien los cristales duplica la fiereza de los brazos y el clamor de los gritos.
En ese mismo instante vuelve a oírse el tableteo de las hélices rodando por encima de los tejados. Otra vez los zombies han de buscar refugio. De todas formas siempre hay un despistado que queda a campo abierto, en mitad de la explanada, el miedo dentro de cada hueso, los colgajos de carne podrida temblando igual que sus manos. Desobedece las indicaciones de los demás para que se eche al suelo y cubra su cabeza con los brazos. Frente a frente el helicóptero y su pánico. Llega antes la sombra del helicóptero, deslizándose a toda velocidad por el suelo. Es el anticipo del vuelo rasante. Un ave de presa sobre Sevilla.
Por culpa de las hélices no se oye la detonación pero el zombie se retuerce como un mimo sin gracia. Gira torpemente la cabeza hacia un lado y luego hacia al otro, pero en realidad ya no ve nada. El proyectil le ha alcanzado en mitad de la frente, un túnel por donde le escapa la no-vida. Apenas las últimas fuerzas le permiten adelantar una pierna. Entonces el cuerpo cae desmadejado, como una marioneta a la que le cortaran los hilos.
He roto todos los espejos de la casa. Ya es suficiente castigo haber sido convocada por la Doble Muerte o repasar los costurones impúdicos de la autopsia bajo la ropa, como para además descubrir las llagas de la cara en la esquina de un espejo. Ni siquiera sé quién demonios soy. Sólo el nombre de una extraña como un exorcismo contra el olvido.
A lo lejos, donde la perspectiva termina juntando las vías, se distingue la figura de una locomotora del AVE. Avanza despacio, metro a metro, para permitir que un tanque Leopard 2A6E de la Brigada de Infantería Mecanizada “Guzmán el Bueno X” le abra paso. Como avanzadilla, un frente de soldados se acerca al puente.
Los zombies no se dejan impresionar, saben que tienen una posición privilegiada para impedir el paso del convoy. Incluso han empujado un autobús de la Tussam hasta la parte más alta del puente y amenazan con arrojarlo al vacío.
Desbaratando ese intento el primer disparo del tanque hace temblar toda la estructura del puente. Mientras en la explanada de delante de la estación alguien ha conseguido arrancar un coche y lo empotra contra la puerta principal. Saltan esquirlas de cristal sobre el techo como cuentas de un rosario de plata. Ahora sólo falta retirar el coche y acceder al interior.
Atravieso el salón sin mirar al suelo. Prefiero tropezar con los huesos antes que verlos. Me doy asco. A estas alturas todavía no sé quién soy. Únicamente el nombre de una extraña, desgranado cuenta a cuenta, un rosario,
(Originalmente el capítulo se publicó completo. Ahora es sólo un extracto a la espera de la publicación del libro.)
Zombis heridos: 107
Zombis retirados: 215
Carne devorada: 2450 kilos,
7210 huesos mondos (35 cadáveres)