Aquí os dejo, con motivo de los 50 años de la muerte de Marilyn Monroe, este relato de Rodolfo Martínez, EN LA MENTE DE DIOS, que figura en la antología "Vintage 62: Marilyn y otros montruos". En la web de Sportula lo han subido hoy mismo para que podáis leerlo gratuitamente. Aquí tenéis el enlace:
http://www.sportularium.com/2012/08/05/en-la-mente-de-dios/
http://www.sportularium.com/2012/08/05/en-la-mente-de-dios/
¿Que quién es RODOLFO MARTÍNEZ? Rodolfo Martínez (Candás, Asturias, 1965) es colaborador en la Semana Negra de Gijón. Ganó el premio Minotauro con "Los sicarios del cielo", el Premio Asturias con "Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos", y el Premio Ignotus por el relato "Castillos en el aire" y la novela "Tierra de nadie:Jormungad". Trabaja con editoriales como Minotauro, Bibliópolis, Berenice... Últimamente ha editado “El adepto de la reina” y “Fieramente humano”.
Aquí os dejo el enlace de esta misma Casa Deshabitada donde entrevisté brevemente a Rodolfo Martínez a cuenta de este relato: http://guerradoblemuerte.blogspot.com.es/2012/03/en-vintage62-escribe-rodolfo-martinez.html
Os dejo este extracto: En la mente de Dios es
uno de los relatos que más tiempo y esfuerzo me ha costado... en su
planteamiento, aunque luego, una vez que supe lo que quería y cómo, fue
tremendamente fácil de escribir. Sabía más o menos lo que quería contar:
quería que girase alrededor de la muerte de Marilyn, pero no tanto
desde su perspectiva como de la del "siniestro" agente del gobierno que
(si hacemos casos de las teorías conspiranoicas... en las que no creo,
pero que me resultan interesantes como material literario) acabó con su
vida. Quería centrarme en él, en lo que sentía y en cómo le afectaba lo
que había hecho y qué consecuencias había tenido para su vida.
No tardé en comprender que contar aquello de un modo lineal no me llevaría a ninguna parte... y sería un viaje aburrido. Y, de pronto, un día, lo tuve claro. Sabía cómo había que contar la historia, como si todo estuviera sucediendo a la vez, como si en un solo instante se concentrase todo el tiempo del mundo, todos los posibles tiempos del mundo, todos los posibles puntos de vista, todo lo que pasó, lo que pasaría y lo que podría haber pasado pero no sucedió.
Y, como he dicho, una vez que estuvo claro, ponerme a ello y rematar la tarea fue cosa de coser y cantar.
No tardé en comprender que contar aquello de un modo lineal no me llevaría a ninguna parte... y sería un viaje aburrido. Y, de pronto, un día, lo tuve claro. Sabía cómo había que contar la historia, como si todo estuviera sucediendo a la vez, como si en un solo instante se concentrase todo el tiempo del mundo, todos los posibles tiempos del mundo, todos los posibles puntos de vista, todo lo que pasó, lo que pasaría y lo que podría haber pasado pero no sucedió.
Y, como he dicho, una vez que estuvo claro, ponerme a ello y rematar la tarea fue cosa de coser y cantar.
Ahora os dejo el relato EN LA MENTE DE DIOS. Que lo disfrutéis:
En la mente de Dios, quizá él no está aquí y ahora, con el frío cañón de su pistola en la boca y el dedo en el gatillo.
En la mente de Dios, los acontecimientos son un mazo de cartas que se baraja una y otra vez.
En la mente de Dios, se dice, acaso los pocos que le conocen no
piensan que es un ser frío, impasible, que cumple con su deber sin
pestañear, sin que el pulso se le altere o le cambie la expresión; una
criatura sin emociones, totalmente entregada a su deber, que no
cuestiona jamás las órdenes y las ejecuta con una precisión que pone los
pelos de punta.
En la mente de Dios, sin duda no estuvo en el montículo con el
corazón hirviendo de rabia, el ojo en el punto de mira, el dedo ansioso
alrededor del gatillo, los dientes apretados y la respiración convertida
en un murmullo afilado y ronco.
En la mente de Dios, al fin y al cabo, el tiempo es un puñado de fichas de dominó que nunca se mezclan de la misma manera.
En la mente de Dios, seguro que él no cumplió la orden que le dieron,
no se acercó a la casa de la actriz, no entró, no esperó oculto a que
ella llegara, no la drogó y no provocó su muerte; y, sobre todo, no vio
sus ojos frágiles cerrarse para siempre, no contempló una última vez
aquel rostro desvalido que nunca había encontrado el padre que buscaba,
no se maldijo a sí mismo por lo que acababa de hacer y no se fue de allí
con una cosa hambrienta y rabiosa creciéndole poco a poco en las
tripas.
En la mente de Dios, es posible que él jamás se arrepintiera de lo
que acababa de hacer, que nunca cuestionase la orden que le dieron, que
ni por un solo instante pensase en la vida quebradiza que acababa de
romper para siempre.
En la mente de Dios, tal vez nadie estuvo en su casa, nadie la mató,
nadie la impidió envejecer y destruir su leyenda con su propia vida.
En la mente de Dios, después de todo, el universo es un dado de caras infinitas que siempre está cayendo.
En la mente de Dios, quién sabe si la ira fría y ansiosa que nació en
su vientre aquella misma noche no apareció jamás, si el dolor que a
partir de entonces desgarraba sus entrañas cada vez que respiraba nunca
existió, si el recuerdo de una última mirada, justo antes de adentrarse
en el país desconocido de cuyas fronteras nadie vuelve, no atormentó su
mente.
En la mente de Dios, a lo mejor él ni siquiera estaba allí por
aquella época; ocupado, por qué no, en derrocar un régimen de izquierdas
en el Sur o poner en el sillón del poder a un tirano de baratillo en el
Este.
En la mente de Dios, piensa, puede que él no haya nacido jamás.
En la mente de Dios, existe la posibilidad de que él no haya estado
en aquel montículo en Dallas quince meses más tarde, ansioso por apretar
el gatillo y borrar para siempre de la existencia al hombre que dio la
orden de matarla, la orden que él cumplió, la orden que, a partir de
aquel momento, llenó su vida de la imagen de unos ojos tristes, un
rostro de belleza frágil y un último suspiro lanzado hacia la nada, la
orden que convirtió su existencia en una guarida de fantasmas
desconsolados de la que no puede escapar.
En la mente de Dios, no hay nada que haga imposible la idea de que él
y ella no fueron más que dos personas anónimas y grises que quizá se
conocieron o quizá no, que tal vez se amaron o se resultaron
indiferentes, que a lo mejor se hicieron daño o se curaron sus heridas.
En la mente de Dios, es muy probable que todo haya ocurrido exactamente igual a como pasó.
En la mente de Dios, ¿estará llorando cuando introduzca el cañón de
la pistola en su boca; seguirá contemplando su mente esos dos ojos
desvalidos que lo van a acompañar incluso al otro lado de la muerte
cuando apriete el gatillo y sus sesos hayan decorado el papel pintado
barato de la habitación del hotel?
En la mente de Dios, todas las balas disparadas al vacío acaban, tarde o temprano, encontrando su destino.
© 2012, Rodolfo Martínez
Reproducido con permiso del autor
Reproducido con permiso del autor
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