Título: John muere al final
Título original: John dies at the end
Autor: David Wong
Año: 2007
Editorial: Valdemar
Este reseña ha aparecido anteriormente en la web Fantasymundo:
http://www.fantasymundo.com/noticias/30381/recibido_john_muere_final_david_wong_valdemar
En el Prólogo, Shelly solicita la ayuda
de John y David Wong (Dave, o lo que es lo mismo el narrador de la historia y
pseudónimo del autor de la novela, Jason Pargin). Dos tipos que se dedican a
hacer trabajos poco usuales; por si fuera poco mérito este, además padecen el
Síndrome de Dante, pues como afirman son capaces de ver el Infierno. Según les cuenta
Shelly, su novio la está acosando: a priori es algo que fácilmente podrían
solucionar los servicios sociales o la propia policía; parece innecesaria la
intervención de John y Dave. Pero lo extraño, lo anormal, es que el novio lleva
dos meses muerto. De acuerdo, así las cosas, habrá que ponerse manos a la obra.
En contra de lo previsto, y para sorpresa de los dos amigos, ella no es quien
dice ser, y terminan viéndose en un serio apuro.
Así comienza una historia que el propio
David Wong, años después de que suceda, cuenta a Arnie Blondestone, periodista interesado
en los casos más excéntricos e insólitos. Después de sorprender a su
interlocutor con sus artes adivinatorias, Dave se decide a contar lo vivido en
compañía de John, Molly y Amy. Cómo conoció a su colega y también al jamaicano
que levitaba. Cómo entraron en contacto con la salsa de soja. Bien, ahora empieza
lo realmente bueno. Una novela de más de quinientas páginas editada
impecablemente por Valdemar Insomnia y que hará la delicia de los lectores más
atrevidos.
En el inicio del “Imagine” de John
Lennon (canción por cierto muy alejada de los gustos musicales de los dos
protagonistas) podemos escuchar: “Imagina que no hay paraíso. Es fácil si lo
intentas.” Pues eso deben pensar todos
los personajes que atraviesan esta locura, que han despertado en mitad de una
pesadilla en la que una fuerza superior ha desterrado la posibilidad del
paraíso. Acaso lo más paradisíaco que encontremos entre sus páginas sea la
camaradería existente entre John y David, amén de cierta relación amorosa que
no aclararé para no destripar nada sustantivo. La camaradería y el amor como nortes
en mitad de un mundo que ha perdido la brújula y sobrevive a la deriva. Aquí
sólo existe el infierno cotidiano, el de John y David, dependientes de un
videoclub, que salta por los aires cuando menos se lo esperan. Un infierno que
sabe de amores no consumados, noches de desenfreno, de actuaciones musicales en
cualquier lugar y de la búsqueda de lo inimaginable.
Los personajes viven al día, John y Dave
por supuesto, pero también Amy, que bastante tiene con sobrellevar su
enfermedad producto de cierto accidente y su tara física. O Molly, la perra de
Amy que aparece y desaparece a través de los capítulos. Una presencia que actúa
cuando más se la necesita y que posee (dentro de su cuerpo, no digo más) parte
de la solución al problema que surge cuando se desata el mal oculto en la salsa
de soja. Porque sí, todo empieza con la maldita salsa de soja.
Piensa en una clase de comida rápida. En
un hamburguesa que tenga de todo, triple de todo. Que su fotografía en el
escaparate sea en sí misma una condenada tentación. Ternera, pollo, queso de
varias clases, bacon, trocitos de frutos secos, lechuga, pepinillo, lechuga,
kétchup, mostaza, un toque de miel y salsa de soja. Imagina esa hamburguesa sin
límites, el pan con semillas de sésamo en tus manos. Pues eso es esta novela,
un puro desfase donde el cocinero, David Wong, no ha dejado nada en el tintero.
Una ensalada de frases a cual más ingeniosa, una mixtura de letras y
situaciones que traen y llevan al lector por un tortuoso camino próximo a la
locura. Un plato que podría desbordar el más pantagruélico de los apetitos, un
plato Sultán a lo bestia, donde todo es desmedido.
El Habitante Incierto posa con la novela |
Valga esta definición de Friki para
conocer qué fauna puebla la novela: “Los frikis se pasan la vida arrastrando
los pies de una lado a otro, preguntándose por qué los han dejado fuera,
murmurando teorías conspiranoicas y avistamientos del Bigfoot. Sus encuentros
con el mundo están marcados por incómodas conversaciones y risas tensas, muecas
escondidas y ojos en blanco.” O esta de Locura para intuir lo que llegan a
pensar John y Dave de todo cuanto les sucede: “Uno no puede diagnosticarse con
el mismo órgano que presenta la enfermedad, al igual que uno es incapaz de ver
su propio globo ocular. Así que supongo que debe ser como sentirse normal
mientras el resto del mundo parece haberse vuelto loco a tu alrededor.”
Hay de todo, señores. Dimensiones
paralelas. Saltos temporales no resueltos ni vividos en el tiempo. Muertos que
hablan a través del teléfono. Móviles que se improvisan con una salchicha.
Pastillas que parecen insectos, o lo son directamente. Segundos que duran
trillones de años. Tipos que mean algo más que piedras vesiculares. Ciervos que
lucen cornamentas acabadas en bogavantes. Chicas guapas. Muchos frikis, por
supuesto. Poco sexo como suele suceder cada vez que se mezcla en el mismo
coctel chicas guapas y frikis. Conversaciones que se mantienen a través del
televisor y con tres horas de retardo. Un cangrejo gigante montado por un
gorila. Disparos. Estallidos. Gente desnuda que no necesariamente tiene que
acabar emparejada con chicas guapas o con frikis. Casas, bares, garajes que
guardan cadáveres. Bosques amenazantes. Sótanos. Centros comerciales
abandonados y que sirven de puerta a otro mundo. Salas de bingo donde puede
ocurrir de todo.
Más que contarla, hay que leerla para
saber de qué va realmente y a qué género se adscribe. Una novela recomendable a
todo el que guste del puro desfase, de una lectura sin complejos. Un libro que
muy bien podría haber dirigido Don Coscarelli (no, perdón, ya lo ha dirigido;
es lo que tienen las dimensiones paralelas, que terminan confundiéndole a uno).
Un regalo perfecto para un friki y también para una chica guapa. O para un
cuerdo que cree que todo el mundo está loco.
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