Título: La Carta
Autor: Raúl Guerra Garrido
Año: 1989
Páginas: 349
Editorial: Alianza Editorial
En este enlace podréis leer el original: http://blogs.opinionmalaga.com/etiquetanegra/2014/01/16/la-carta/
Que sea Castro-Guerrero quien nos hable de la obra de Guerra Garrido.
De inicio me gustaría dejar claro que, en el mejor de los casos, esta obra se adscribiría al género negro de forma tangencial.
Pero son tantos los puntos de contacto (chantaje, extorsión, amenazas
de muerte, galería de criminales y adláteres…) y tan escasas las novelas
escritas en España acerca del terrorismo en el País Vasco que merecerá
la pena leerla para cualquier lector medianamente curioso.
En primer lugar, porque es una obra maestra de principio (arranque muy esclarecedor) a fin (conclusión de recuerdo imborrable).
Y en segundo lugar, porque posee el aliciente de contar con un autor
que conoce de sobras el tema del que habla. No en vano, Raúl Guerra
Garrido, tras nacer en Madrid, crecer en El Bierzo y doctorarse en
Farmacia en la Complutense, se estableció durante muchos años en San
Sebastián, donde sufrió en primera persona los ataques del entorno
etarra que culminaron en 2001 con el incendio de la farmacia familiar.
Sus méritos literarios fueron recompensados con el Premio Nacional de
las Letras en 2006. Por otra parte, su determinación por hacer visible
la tragedia del terrorismo en Euskadi le llevó a ser miembro fundador
del Foro de Ermua y a escribir, además de la que nos ocupa, una serie de
novelas con ETA como objeto de su denuncia entre las que destacan La
soledad del ángel de la guarda (2007), Lectura insólita de El capital
(1976, Premio Nadal) y Tantos inocentes (1996, Premio de Novela Negra de
la ciudad de Gijón).
Sin olvidar que La carta fue rechazada por alguna editorial y no
consiguió ver la luz hasta 1990, hay que señalar como estímulo para los
lectores más reticentes que el punto de partida argumental es realmente
atractivo: el mismo día que el empresario Luis Casas cumple 50 años
recibe la carta de ETA que le exige el pago del (mal llamado) impuesto
revolucionario, una extorsión cifrada en 50 millones de pesetas con la
amenaza explícita de asesinarle si no satisface el pago.
Aunque la acción se sitúa en el pueblo ficticio de Eibain, Raúl
Guerra Garrido consigue dotar de gran verosimilitud a la narración
empleando el recurso de la primera persona. Así es cómo el protagonista
nos hace partícipes de sus miedos, su angustia y sus intentos
desesperados por eludir el pago de la extorsión, lo que pondrá a prueba
no solo su resistencia física y emocional sino también la integridad
moral de familiares y amigos. En este descenso a los infiernos de la
soledad [“me acongoja (…) sentirme solo en compañía de los míos”], el
novelista no pierde la oportunidad de dar testimonio del drama del
terrorismo vivido por él a través del personaje de Luis Casas, haciendo
uso de la lucidez y la ironía de su pluma, ya sea refiriéndose a la
misiva amenazadora que da título a la novela [“Quien dijo que el género
epistolar era una lengua muerta, un género asesinado por el teléfono, se
olvidó de los fanáticos”], o a la perversión de la realidad que se
propugna desde el entorno etarra [“Que quien se dice en guerra pida
amnistía a quien quiere exterminar, que lo firme un movimiento
revolucionario de izquierdas autodenominándose nacionalsocialista, son
paradojas que nadie desmonta”], al velo de silencio que se extiende
alrededor de tanta violencia [“El miedo es la mejor de las censuras”] o
los contrasentidos de una sociedad tutelada por el terror [“Ahora mismo
podría pasear sin rastro de miedo por las extrañas ciudades de
Antwwerpen, Nijkerk, Haarlem, Norköping, Aalborg (…)”].
Puesto que la brevedad es condición indispensable en una reseña,
animo a los lectores a que sean ellos mismos quienes descubran los
pormenores de la odisea en adelante vivirá Luis Casas, que comparte con
el autor su condición de hombre de clase media, de inmigrante en Euskadi
con raíces en El Bierzo y de ciudadano hostigado tanto por los
terroristas como por sus simpatizantes. Dueño de un estilo
depurado con vocación por el detalle y el análisis psicológico de los
personajes, Guerra Garrido se vale de un artificio muy eficaz para dotar
de mayor interés al desarrollo argumental: los capítulos están
numerados de forma regresiva emulando una cuenta atrás, del TREINTA al
CERO, que culmina en un final inolvidable.
Como colofón, solo me queda transcribir la nota aclaratoria y la cita
con que se abre la novela puesto que son especialmente clarificadoras
acerca del tono general de la obra:
- Los personajes y hechos que en esta novela se describen son
ficticios. Todo parecido con la realidad es una coincidencia inevitable.
– Primero vinieron los nazis y se llevaron a los judíos. Naturalmente
yo no protesté porque yo no era judío. Después vinieron y se llevaron
también a los comunistas. Yo tampoco protesté porque yo no era
comunista. Luego vinieron y nos llevaron a todos. Entonces si protesté.
Pero ya era tarde.
(Graffiti en una pared de Eibain, en vísperas de la manifestación de
18 de marzo. Amaneció tachado por un enérgico trazo y con la siguiente
nota a pie de autor: “¡da la cara, fascista”.)
Dejando de lado la controversia sobre la autoría de la cita, ¿acaso
es posible imaginar un preámbulo más esclarecedor acerca de cómo los
violentos han pervertido no solo la convivencia en el País Vasco sino
también la percepción de la realidad?
LO MEJOR: la certera radiografía de las singularidades del pueblo
vasco (su pasión por la gastronomía, el fútbol, el nacionalismo
militante, sus costumbres arraigadas en el pasado…) que pone al
descubierto hasta qué punto el miedo ha multiplicado los culpables entre
quienes justifican a los terroristas y quienes ignoran a las víctimas
con su silencio cómplice, el análisis psicológico del protagonista, la
progresión dramática de la acción y, por supuesto, su conclusión (cuya
última página no debe leerse por anticipado si no se quiere renunciar a
la sorpresa final).
LO PEOR: a pesar de haber sido publicada por primera vez en Plaza
& Janés, más tarde en Espasa y últimamente en Alianza Editorial,
nunca ha gozado del predicamento que merece entre los lectores.
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