Seguramente tiene razón. Y como sostiene Carlos Gardel "veinte años no es nada". O no, y en realidad es media vida.
Obra de Jacek Yerka |
Llevo trece años compartiendo mi vida con Vanessa; de ellos, once ya de casados. Juntos, durante los últimos seis años, venimos disfrutando de las lecciones que imparte Nora, nuestra hija, verdadera maestra sin titulación. Noviazgo, boda, viajes, la noticia del embarazo, la madrugada del alumbramiento, los seis cumpleaños de la pequeña de la casa; todo esto, y mucho más, la vida se lo ha arrebatado a Maricarmen Benitez Jaime, la madre de Vanessa.
Cuando empecé a salir con la mujer que a la postre sería mi esposa, recuerdo que pensaba en ella, en Maricarmen. ¿Qué idea se habrá hecho de mí, ese tipo que frecuenta a diario la compañía de su hija? Recuerdo que alguna vez le dije a Vanessa: "Pídele permiso para bajar a la playa". También la tenía presente, su posible enfado, cuando sabía que la niña de sus ojos iba regresar tarde a casa, ya de madrugada, tras la pertinente sesión de cine. Yo, que desconocía la rotundidad del drama, creía en la existencia de alguien que no era más que una sombra, la de una mujer que, por culpa de un error médico, nunca podría llegar a ser mi suegra. Al menos en vida.
Recuerdo las palabras de su hija, una tarde en el parque: “Alejandro, tengo que contarte una cosa.” Imaginé de todo, pero nunca la detonación de aquellas cuatro palabras: “Mi madre está muerta”. Me quedé petrificado; luego, cuando me repuse, aventuré un beso y un abrazo de consuelo.
Evidentemente, en el transcurso de los últimos veinte años, Vanessa ha echado de menos a su madre. Nadie lo duda. En silencio, eso sí, comiéndose la amargura para no incomodar a nadie, bebiéndose el llanto. Y yo, mientras tanto, he ido añorando los almuerzos no celebrados, los besos no recibidos, los cuidados que Nora no ha cobrado de brazos de su abuela materna. Diga lo que diga Carlos Gardel, veinte años es media vida.
Tu hija te sigue queriendo, Maricarmen.
Pese a la longitud del tiempo, a la escombrera de los años, la sombra de esa ausencia es lo suficientemente alargada como para que, de vez en cuando, la descubra a mis pies, o aleteando, ingrávida, en la mirada de Vanessa, borrosos los ojos. En casa apenas quedan fotografías de Maricarmen, un puñadito, varias de ellas en blanco y negro, y el ramillete de recuerdos que atesora su hija con celo de florista. Se antoja poca cosa, puede, pero es lo bastante como para que yo hoy, once de diciembre de 2016, rememore su sombra el día que se cumplen veinte años de tan injusta y errática muerte. La de una mujer que siéndolo, nunca ha podido decir con orgullo: "Soy la abuela de Nora".
Tu hija te sigue queriendo, Maricarmen.
Mientras ves el cuadro de Yerka o lees las palabras que he juntado en recuerdo de Maricarmen, escucha esta canción, hermosamente cantada por von Otter y Costello:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=AwjzJeAR8-I
Hermoso y dulce reconocimiento Alejandro.
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