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Réquiem por una sandwichera: Una mañana, sin previo aviso, me abandonaste. A primera hora del día era cuando más cerca estábamos el uno del otro, cuando tu compañía me hacía más sabroso el desayuno. Llegaste a nuestras vidas antes que Sherlock, el gato negro de casa, y que Nora, la luz de casa. Sin más alboroto que la rotura del precinto de la caja en que te había amortajado el fabricante.
Ahora soy incapaz de rememorar el sabor de aquellas primeras tostadas que sabían a nuevo, a acero sin desvirgar. Después, los años, la mantequilla sobrante, el pan de molde moderadamente tostado o cariñosamente quemado cambiaron aquel sabor infantil. Se nos hizo adulta sin que nos diésemos cuenta. Y un día cualquiera, viernes, antes del amanecer, se despidió en silencio. Frío su cuerpo, pálido, sin vida el interruptor verde que certificaba tu eléctrica existencia y amistad, no eres más que un estorbo. Un desecho. En estos tiempos de Usar y Tirar, resulta más barato cambiarte por una de tus nietas o biznietas que intentar el prodigio de la resurrección.
Lo siento en el alma. Hasta pronto, querida amiga. Ojalá el cielo de los cacharros rotos te acoja.
Es curioso porque el otro día Trapiello en Hemeroflexia publicaba un réquiem a sus zapatos viejos. Me recuerda también a "Adiós muchachos compañeros de mi vida" de Saiz de Marco.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
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