Blog personal de Alejandro Castroguer

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domingo, 20 de enero de 2013

Elegida para la gloria, de Vanessa Benítez Jaime

Hoy os traigo la tercera colaboración del blog, tras las de Emilio J.Bernal y Ricard Millás. Os hablo de Vanessa Benítez Jaime y de su relato Elegida para la gloria.


Vanessa Benítez Jaime nació en el año 1980 en Zaldibar, provincia de Vizcaya, aunque desde muy pequeña reside en Málaga. Es auxiliar de veterinaria y peluquera canina. Desde joven siempre quiso dedicarse a la literatura y leía compulsivamente todo lo que caía en sus manos. Ha escrito muchos relatos que ha desechado por no tener el nivel de su autoexigencia.

En el 2010 ganó el concurso internacional de microrrelatos Comercio Digital con su obra "La marioneta imaginaria". En ese mismo año publicó "Mi querido señor H." en la antología "Per-versiones. Historia" (Sedice). En el 2011 ha participado en la antología "Para mí tu Carne" con dos relatos, "Sangre cuaja de primera calidad" y "Pegarse un tiro y mandar el retrato a Córdoba". En 2012 ha publicado el relato "A puerta fría" en la "Antología Z vol.6" de la editorial Dolmen y "El centeno seguirá creciendo" en la antología "Postales desde el fin del mundo", publicada por Editorial Universo.


La autora me comenta que ella escribió el relato bajo el influjo de cierta música de la banda sonora de El viaje de Chihiro. Y me pide que os la deje para que acompañéis la lectura con ella. Así que sus deseos son órdenes para este habitante incierto.




ELEGIDA PARA LA GLORIA
Vanessa Benítez Jaime


En memoria de Laika y de todos esos animales
que han dado la vida en pos de los avances tecnológicos.

En recuerdo de mi perra Mesua,
por estos 16 años de fidelidad.



Después de un día duro, de andar sin parar buscando comida en los cubos de basura, sin resultado alguno, decidió ser lo suficientemente valiente como para ir al lugar prohibido, allí donde muchos de sus amigos habían desaparecido.
La dirección del albergue aparece, nítida, en su mente. Sus pasos la conducen automáticamente hasta allí, donde siempre encuentra a muchos como ella, abandonados, rondando sin rumbo, esperando ser recogidos por alguno de los trabajadores.
Hoy no es diferente de otros días, han dejado unos cuantos recipientes con comida pero la voracidad del hambre los limpia enseguida. Siempre los otros, los más fuertes. A ella sólo le queda esperar a que los llenen de nuevo.
Un ruido de pasos le alerta de que alguien se acerca, se esconde tras un cubo de basura. Es un hombre que insiste en su propósito de acercarse. Ella intenta hacer el menor ruido posible, hacerse invisible tras el cubo, pero es inútil, ya la ha visto.
–Oye, ven, bonita, aquí tienes algo de comida –dice ofreciéndole un trozo de carne.
Teme acercarse, pero el hambre vence finalmente la batalla al miedo. Cuando ella muerde el trozo de carne, el hombre le acaricia la cabeza. Antes de que pueda darse cuenta, le pone una correa con mucho cuidado. En vano intenta soltarse, pero el hombre tira de ella para introducirla en una furgoneta. Dentro hay más perros como ella, todos enjaulados. Le espera una jaula bien estrecha, lo justo para que pueda volverse y darle el trasero al hombre.
– Ésta tiene el tamaño adecuado –escucha la voz de una mujer–, ¿no crees, Oleg?
– Cierto, además parece la más dócil de todos.
– Ya veremos qué tal se porta en la primera prueba.
La furgoneta se detiene al otro lado de Moscú frente a un edificio muy alto, color gris acero. Ya hace rato que anocheció, han repartido la comida, cada uno descansa en su propia jaula y, por primera vez, en su vida ha podido disfrutar sin prisas de la cena, sin el temor reverencial a los más fuertes.


A la mañana siguiente, la despierta el mismo hombre de ayer. Por turnos se llevan uno a uno a los perros. Cuando le toca a ella, el hombre la conduce hasta una habitación, donde la obligan a entrar en una cápsula extraña llena de ruidos y vibraciones. La novedad de todo lo que la rodea despierta su instinto: empieza a ladrar y a arañar la puerta, desesperadamente, como si en ello le fuese la vida.
Sólo entonces el hombre la deja salir.
–Estupendo, lo has hecho muy bien –y tras acariciarla, la lleva de nuevo a su jaula.
Ahora el hombre se aleja para hablar con su compañera Liova.
–¿Qué tal te fue con la última? –escucha decir a ella.
–Aunque se puso nerviosa, se portó mejor que los demás.
–Tenemos que seguir haciendo pruebas con ella.
–Con Laika todo irá va bien– asegura Oleg sonriendo.
–¿Laika?
–Bueno, no vamos a referirnos a ella siempre como la número 374 –protesta el hombre –, se me ocurrió ponerle este nombre.
–No deberías encariñarte con ella, sabes lo que le sucederá…
–Lo sé de sobra, no hace falta que me lo digas, Liova. Bueno, me voy, volveré por la tarde.
Oleg Gazenko se marchó a casa lamentando que Laika quedase encerrada en su jaula.


Después de ese primer día, todos fueron parecidos: conducían a Laika hasta esa cápsula tan pequeña con esos ruidos y vibraciones tan raros. Después, siguiendo el plan de entrenamientos, la dejaban durante horas en un compartimento en el que sólo podía estar tumbada. Al salir siempre recibía un premio de manos de Oleg. Ella empezó a diferenciar sus pasos del resto de humanos, y a esperar con alegría sus atenciones y sus caricias.
Con el tiempo el premio no se limitó a la consabida galleta, sino que Oleg lo amplió a menudo con unos paseos por el pequeño patio de atrás del edificio color gris acero sin que nadie le viese. Además, por si no fuera poco, jugaban juntos, él lanzaba una pelota y ella se la devolvía correteando alegremente.
Cuando faltaba menos de una semana para la misión, él le compró un collar de color rojo, con una chapa con su nombre. Le quedaba tan bonita… Agradecida, cada vez soportaba mejor las pruebas; era toda una campeona.


Un día después la trasladan desde Moscú al cosmódromo de Baikonur. La introducen en el Sputnik 2. Oleg y Liova son los encargados de vigilarla constantemente. La tienen encerrada allí durante 3 días. La soledad aumenta su nerviosismo. Puede sentir a Oleg muy cerca, pero extrañamente ahora no la saca de allí para jugar juntos. Por la noche el cansancio le gana la partida y se duerme pensando en que al día siguiente Oleg la llevará a pasear por el patio.
Pero el día clave, a diferencia de que espera, es Liova quien la recoge. La limpia con etanol y le pinta unos círculos en el pelo con yodo donde llevará unos sensores que habrán de vigilar sus funciones corporales.
Al cabo de un rato por fin llega la ansiada visita de Oleg. Después de tranquilizarla con unas caricias, la viste con un traje espacial a medida y la introduce dentro de la cápsula donde ha pasado la noche. Luego la sujeta con un arnés. Con una mirada nublada por las lágrimas, se deja lamer por Laika, feliz por verle de nuevo. Su confianza en él es completa, nada malo le puede suceder si Oleg está cerca cuidándola.


Tras despedirse, Oleg cierra la compuerta dejándola sola, entre la promesa de unas estrellas más allá de la atmósfera y la realidad de la Tierra. El Sputnik 2 aguarda la cuenta atrás. Laika permanece acomodada en su asiento, ajena al veneno de la comida y a una esperanza de vida de apenas diez días, sin sospechar que, en contra de su voluntad, ha sido elegida para la gloria.



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