Título: Asesino de políticos
Autor: Fernando López del Oso
Año: 2015
Páginas: 223
Editorial: Stella Maris
Sinopsis (extracto de la contraportada): Érase una vez un país en donde sus políticos se habían hecho fuertes
dentro del Congreso, donde habían organizado la Administración y los
tribunales a su medida para que nada pudiera tocarlos nunca y donde se
dedicaban, sobre todo, a sacar adelante sus chanchullos.
Una luminosa
mañana, un consejero de Transportes envuelto e
El autor junto a la furgoneta promocional |
La novela empieza con una escena sin ambages, escena
donde un empresario y el Consejero de Obras Públicas y Transportes amañan una
concesión. No hay subterfugios ni más prolegómenos; el autor destapa el cubo de
la basura desde el primer párrafo, para que no quede dudas al respecto de su
intención. Poco importa a los corruptos protagonistas de este capítulo inicial que,
por culpa de las componendas maquinadas, muchos trabajadores puedan acabar en la
calle y sus familias queden desamparadas, sin sustento. Eso es lo de menos: mandan
los márgenes de beneficio y la “mordida” que cada uno consiga con ello.
Desde el principio planea por encima de escenarios y
comparsas políticas que levanta y dibuja López del Oso la figura ominosa del
Asesino de Políticos, capaz de acabar con los corruptos “sin un disparo de por
medio o un buen explosivo”, tal y como manifiesta el inspector De Soto en el
capítulo once. “Al primero lo tira por la borda de un crucero de recreo. A otro
lo estrangula con su corbata en un hotel. Al Consejero le rompe el cuello; a
éste le mete un palo en la frente”. Extraña manera de actuar, sin duda, y más
aún si los objetivos no se parecen entre sí. De Soto prosigue explicando la manera de actuar del terrorista: “Y luego está la
ausencia de un móvil común entre los asesinatos, más allá del hecho de que en
ellos asesine a políticos. Todas las víctimas de diferentes partidos, de diferentes
regiones, en diferentes cargos… Sin proyectos políticos en común. Sin
proyectos, digamos, privados tampoco.” Mucho antes, en el capítulo dos, el
director de la Policía advierte a De Soto respecto de los métodos empleados por su oponente: “aprovecha el mínimo resquicio de los servicios de protección de
sus víctimas para acercarse a ellas y perpetrar el atentado. Siempre en
distancia corta. Y sin armas, para no hacer ruido ni dejar huellas que podamos
cotejar”.
Es el Asesino de políticos casi un espectro al que
persigue De Soto con la única ayuda de un par de pistas, a veces contradictorias,
confusas. Acento extranjero, traje oscuro, reloj de oro, sombra huidiza… Nada
concreto. Una figura que unos ven y otros creen ver, por mucho que todo lo
dicho por los testigos oculares no sea más que la suma de distintas versiones
y/o declaraciones que no necesariamente han de aproximarse a la realidad. Hay
gente que, por un minuto de gloria, es capaz de testificar lo que sea.
Los dos protagonistas de la novela son el citado inspector
De Soto, a quien el Ministerio del Interior encargará la investigación del caso
del Asesino de políticos; y Alejandro, cuñado de De Soto, guardaespaldas de
profesión, que trabajará en el dispositivo de seguridad que rodea al Ministro de Fomento. A través
de uno y de otro, la historia crecerá, se llenará de politicastros y de
ciudadanos que sufren la codicia de aquellos. Una situación, un escenario que
nos remite directamente al expolio que sufrimos (por zonas y no generalizado
bien es verdad) en nuestro país. Cuando se le preguntó acerca de esta similitud,
López del Oso matizó en el diario digital ABC.es: “En mi novela retrato un
sistema político que está corrompido en su totalidad. En él los ciudadanos no
encuentran posibilidad de cambio: todas las opciones políticas les parecen lo
mismo. Y eso genera en ellos una frustración que se vuelve intolerable, una desesperación
que puede desembocar en la violencia. Afortunadamente parece que estamos lejos
de eso. El propio sistema intenta renovarse y genera vías que permiten
canalizar de manera democrática esa necesidad de reinvención que parece que la
sociedad está demandando.” Sea como fuere, esta historia nos suena muy real.
El autor de la novela y el habitante incierto de esta casa deshabitada |
Tras las primeras muertes, y producto del precario equilibrio económico de la mayoría de las familias, el pueblo empieza a asistir con cierto agrado, o displicencia, a la sucesión de atentados. Valga como ejemplo la opinión de un manifestante, que arremete contra los politicastros en el capítulo siete: “la única manera de sacar a esas ratas de sus recovecos es a palos y con fuego. Nada de con palabritas. Se ríen de nuestras palabritas. Se han hecho fuertes ahí dentro y han organizado las cosas a su medida para que nada pueda tocarlos nunca y tampoco podamos librarnos de ellos. Sus leyes y sus decretos y sus mierdas de sanguijuelas. Eso es lo único que hacen ahí dentro. Inventar nuevas maneras de chuparnos hasta el tuétano y cubrirse las espaldas y de asegurarse su poltrona.”
La situación se
crispa y los nervios se desatan. Todo el mundo es sospechoso mientras no se
atrape a ese enigmático Asesino de políticos. No exenta de cierto humor negro, que salpica algunos
momentos especialmente peliagudos, la obra se precipita hacia un final
catártico.
Resumiendo, la tercera novela de López del Oso (recordemos "El templo de la luna" y "Yeti", ambas editadas por Minotauro) es un thriller sorprendentemente actual. Una proyección de lo que podría suceder a nuestro alrededor de no haber mediado los vientos de cambio que han modificado las vergonzantes maneras de hacer política de los últimos veinticinco años.
Resumiendo, la tercera novela de López del Oso (recordemos "El templo de la luna" y "Yeti", ambas editadas por Minotauro) es un thriller sorprendentemente actual. Una proyección de lo que podría suceder a nuestro alrededor de no haber mediado los vientos de cambio que han modificado las vergonzantes maneras de hacer política de los últimos veinticinco años.
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