Título: Zombies de leningrado
Autor: Javier Csonava
Año: 2015
Páginas: 304 páginas
Editorial: Dolmen
Sinopsis: Más de un millón de personas murieron de hambre, fueron devoradas o
parcialmente comidas. Muchas más que en la mayoría de las novelas
zombis.
Hasta el último suceso está basado en hechos reales, con nombre y
apellidos. Salvo un par de personajes inventados, que no conviene
revelar para no desvelar la trama, el resto existieron realmente y
vivieron el infierno de Leningrado. Descubre ahora cuál fue su destino.
Javier Cosnava
(L`Hospitalet, 1971) es uno de los autores más versátiles de España, capaz de
dividir su producción literaria entre la narrativa popular (la denominada pulp),
y la más exigente narrativa de autor. ¿Ejemplo de ello?, las dos novelas de
género que, adscritas al género zombi (con todas las reversas y matices a añadir
a esta catalogación), Cosnava ha publicado en papel hasta la fecha. Si esta
“Zombies de Leningrado” que nos ocupa, editada por Dolmen, se agrupa en la
vertiente más popular de su obra, por el contrario la publicada por Suma de
Letras, “1936Z Guerra Civil zombi”, representa y ejemplifica la otra línea, la
narrativa de autor. Una doble carrera, o una sola con dos direcciones
distintas, al alcance de casi ninguno de los autores españoles del género de
los muertos vivientes.
Versatilidad, por otra parte, que le permite (amén de la división comentada) trabajar para el cómic en Francia y/o España, acercarse al género histórico con una rigurosidad más que destacable, componer alguna que otra novela negra o coquetear con el terror. No hay más que navegar por Amazon, donde Cosnava ha centrado de momento su carrera (es un firme defensor del libro electrónico), para comprobar la cantidad de géneros que ha abarcado.
Que el autor de
“Zombies de Leningrado” sea el más versátil de cuantos conozco pudiera o no ser
objeto de debate; donde no cabe objeción alguna es a la hora de catalogar a
Cosnava como el novelista más prolífico de cuantos residen en nuestro país,
capaz de escribir a un ritmo que supera con creces la capacidad lectora de sus
seguidores. Una potencia artística que tiene su explicación: basta con leer o
escuchar alguna de sus entrevistas para saber que es un firme valedor de la
“escritura por voz”, dictar las novelas a un micrófono y que el pertinente
programa transforme la voz en texto. Puntualizar que ésta es una técnica que
domina desde hace unos años y que emplea únicamente en la narrativa
popular.
Producto del encargo
realizado por Jorge Iván Argiz, “Zombies de Leningrado” es una novela que
Dolmen ha alumbrado dentro de su Línea Z. Si “1936Z Guerra Civil zombi” no es
una novela de muertos vivientes al uso, tampoco lo es ésta. ¿La razón? No hay
zombis tal y como George Romero los definió, o creó, con su archifamosa “La
noche de los muertos vivientes”. Aquí no encontraremos una extraña radiación
que resucita a los cadáveres, ni un potente fungicida que obra un milagro
semejante; tampoco hay infectados similares a los que pueblan “28 días
después”, film de Danny Boyle: no estamos, pues, ante una enfermedad contagiosa
capaz de saltar fronteras y superar controles sanitarios. Alguien podría
afirmar que, en tal caso, ni tan siquiera nos enfrentamos a una novela de
zombis. Tal vez tenga razón… si su estrecho margen de maniobra es el patrón
creado por George Romero.
Los habitantes de
Leningrado no mueren y resucitan poco después, es verdad. Tampoco están
infectados, cierto. En esta obra la enfermedad mortal, ésa capaz de poner en
jaque a las autoridades, la epidemia que asola la ciudad, no es otra que el
Hambre. Sí, escrita con mayúsculas: en febrero de 1942, bajo el asedio de las
tropas alemanas, Leningrado se devoró a sí misma, se evisceró en aras de la
supervivencia. Tal y como enumera el autor en la novela, a lo largo de
diciembre de 1941 murieron en sus calles 50.000 habitantes; en enero de 1942,
unos 100.000 más. Es lógico pensar pues que la locura total se desatará durante
el mes siguiente.
“Hay un momento para
vivir y un momento para morir. Y Leningrado es el lugar y el momento justo
donde Rusia, el continente antero, la humanidad entera… han venido a morir.”
Con estas palabras se inicia esta novela. Aquí el Hambre es la enfermedad
contagiosa, y los hambrientos que vagan sin rumbo, los más voraces caníbales.
No han regresado a la vida tras la muerte, no; pero el instinto caníbal es muy
parecido al que envilece a los zombis romerianos. Una ceguera que no alcanza a
ver más allá del próximo bocado. Cuando la ración de calorías que un humano
necesita a diario ronda las 2000, hay que recordar que aquella pobre gente
malvivía con apenas un 10%, en torno a 200.
Añadamos a todo lo
expuesto, para reafirmar que pese a todo ésta es una novela de zombis, que los
protagonistas de la novela no dejan de correr a través de la urbe, que son
continuamente perseguidos por los caníbales más pertinaces, que las armas se
muestran a veces inútiles ante la fuerza de la desesperación y la hambruna. En
pocas palabras, es una novela zombi casi de manual, sólo que los muertos aquí
no están muertos. Al menos todavía.
Tania, de diez años de
edad, experta en huir de los Masticadores; Catarina, 15 años, la narradora de
esta historia; Prokofiev, un perro de pequeño tamaña, y Anatoli Kubatkin,
sargento mayor de la NKVD, policía Antimasticadores, son los cicerones que
mostrarán al lector el camino de ese infierno en que se convierte la ciudad.
El autor, tal y como
expresa en los jugosos apéndices, unifica sucesos y acorta distancias con
objeto de que la acción no decaiga en ningún momento. Todo con tal de no dar
respiro a los lectores. El peligro acecha en cualquier esquina, bajo la
apariencia más insignificante. Antes de que los protagonistas puedan descansar
o asimilar lo sucedido en el capítulo anterior, emprenden de nuevo la huída.
Los zombis lentos, o Masticadores, y los rápidos, o Comepersonas, no dejan de
acecharles. De entre todas las escenas destacaría la del zoo, esa historia de
Belle, la hipopótamo que sobrevive al asedio, y la historia de la estación
experimental de Pavlov.
Es verdad que, tal y
como sostiene el propio Cosvana, la novela está escrita de una tacada y se lee
de un tirón, carece de los flashback y del estilo barroco de su anterior “1936Z
Guerra Civil zombi”, y no diversifica la acción en diferentes tramas. Todo
sucede sin pausa, sin dobleces. Las fieras son fieras y las víctimas son
víctimas. Nada que objetar pues si la intención del novelista era ésa y ha
sabido llevarla a buen puerto con su habilidad acostumbrada.
Una aventura escrita a
tumba abierta, para disfrutar sin freno o en caída libre. Que hará las delicias
de los lectores habituales del género Z y de los que no lo son tanto.
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