Blog personal de Alejandro Castroguer

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viernes, 10 de julio de 2015

Zombies de Leningrado, de J.Cosnava



Título: Zombies de leningrado
Autor: Javier Csonava
Año: 2015
 
Páginas: 304 páginas
Editorial: Dolmen


Sinopsis: Más de un millón de personas murieron de hambre, fueron devoradas o parcialmente comidas. Muchas más que en la mayoría de las novelas zombis.
Hasta el último suceso está basado en hechos reales, con nombre y apellidos. Salvo un par de personajes inventados, que no conviene revelar para no desvelar la trama, el resto existieron realmente y vivieron el infierno de Leningrado. Descubre ahora cuál fue su destino.





Javier Cosnava (L`Hospitalet, 1971) es uno de los autores más versátiles de España, capaz de dividir su producción literaria entre la narrativa popular (la denominada pulp), y la más exigente narrativa de autor. ¿Ejemplo de ello?, las dos novelas de género que, adscritas al género zombi (con todas las reversas y matices a añadir a esta catalogación), Cosnava ha publicado en papel hasta la fecha. Si esta “Zombies de Leningrado” que nos ocupa, editada por Dolmen, se agrupa en la vertiente más popular de su obra, por el contrario la publicada por Suma de Letras, “1936Z Guerra Civil zombi”, representa y ejemplifica la otra línea, la narrativa de autor. Una doble carrera, o una sola con dos direcciones distintas, al alcance de casi ninguno de los autores españoles del género de los muertos vivientes.


Versatilidad, por otra parte, que le permite (amén de la división comentada) trabajar para el cómic en Francia y/o España, acercarse al género histórico con una rigurosidad más que destacable, componer alguna que otra novela negra o coquetear con el terror. No hay más que navegar por Amazon, donde Cosnava ha centrado de momento su carrera (es un firme defensor del libro electrónico), para comprobar la cantidad de géneros que ha abarcado. 


Que el autor de “Zombies de Leningrado” sea el más versátil de cuantos conozco pudiera o no ser objeto de debate; donde no cabe objeción alguna es a la hora de catalogar a Cosnava como el novelista más prolífico de cuantos residen en nuestro país, capaz de escribir a un ritmo que supera con creces la capacidad lectora de sus seguidores. Una potencia artística que tiene su explicación: basta con leer o escuchar alguna de sus entrevistas para saber que es un firme valedor de la “escritura por voz”, dictar las novelas a un micrófono y que el pertinente programa transforme la voz en texto. Puntualizar que ésta es una técnica que domina desde hace unos años y que emplea únicamente en la narrativa popular. 


Producto del encargo realizado por Jorge Iván Argiz, “Zombies de Leningrado” es una novela que Dolmen ha alumbrado dentro de su Línea Z. Si “1936Z Guerra Civil zombi” no es una novela de muertos vivientes al uso, tampoco lo es ésta. ¿La razón? No hay zombis tal y como George Romero los definió, o creó, con su archifamosa “La noche de los muertos vivientes”. Aquí no encontraremos una extraña radiación que resucita a los cadáveres, ni un potente fungicida que obra un milagro semejante; tampoco hay infectados similares a los que pueblan “28 días después”, film de Danny Boyle: no estamos, pues, ante una enfermedad contagiosa capaz de saltar fronteras y superar controles sanitarios. Alguien podría afirmar que, en tal caso, ni tan siquiera nos enfrentamos a una novela de zombis. Tal vez tenga razón… si su estrecho margen de maniobra es el patrón creado por George Romero.


Los habitantes de Leningrado no mueren y resucitan poco después, es verdad. Tampoco están infectados, cierto. En esta obra la enfermedad mortal, ésa capaz de poner en jaque a las autoridades, la epidemia que asola la ciudad, no es otra que el Hambre. Sí, escrita con mayúsculas: en febrero de 1942, bajo el asedio de las tropas alemanas, Leningrado se devoró a sí misma, se evisceró en aras de la supervivencia. Tal y como enumera el autor en la novela, a lo largo de diciembre de 1941 murieron en sus calles 50.000 habitantes; en enero de 1942, unos 100.000 más. Es lógico pensar pues que la locura total se desatará durante el mes siguiente.  


“Hay un momento para vivir y un momento para morir. Y Leningrado es el lugar y el momento justo donde Rusia, el continente antero, la humanidad entera… han venido a morir.” Con estas palabras se inicia esta novela. Aquí el Hambre es la enfermedad contagiosa, y los hambrientos que vagan sin rumbo, los más voraces caníbales. No han regresado a la vida tras la muerte, no; pero el instinto caníbal es muy parecido al que envilece a los zombis romerianos. Una ceguera que no alcanza a ver más allá del próximo bocado. Cuando la ración de calorías que un humano necesita a diario ronda las 2000, hay que recordar que aquella pobre gente malvivía con apenas un 10%, en torno a 200.


Añadamos a todo lo expuesto, para reafirmar que pese a todo ésta es una novela de zombis, que los protagonistas de la novela no dejan de correr a través de la urbe, que son continuamente perseguidos por los caníbales más pertinaces, que las armas se muestran a veces inútiles ante la fuerza de la desesperación y la hambruna. En pocas palabras, es una novela zombi casi de manual, sólo que los muertos aquí no están muertos. Al menos todavía.


Tania, de diez años de edad, experta en huir de los Masticadores; Catarina, 15 años, la narradora de esta historia; Prokofiev, un perro de pequeño tamaña, y Anatoli Kubatkin, sargento mayor de la NKVD, policía Antimasticadores, son los cicerones que mostrarán al lector el camino de ese infierno en que se convierte la ciudad.


El autor, tal y como expresa en los jugosos apéndices, unifica sucesos y acorta distancias con objeto de que la acción no decaiga en ningún momento. Todo con tal de no dar respiro a los lectores. El peligro acecha en cualquier esquina, bajo la apariencia más insignificante. Antes de que los protagonistas puedan descansar o asimilar lo sucedido en el capítulo anterior, emprenden de nuevo la huída. Los zombis lentos, o Masticadores, y los rápidos, o Comepersonas, no dejan de acecharles. De entre todas las escenas destacaría la del zoo, esa historia de Belle, la hipopótamo que sobrevive al asedio, y la historia de la estación experimental de Pavlov.


Es verdad que, tal y como sostiene el propio Cosvana, la novela está escrita de una tacada y se lee de un tirón, carece de los flashback y del estilo barroco de su anterior “1936Z Guerra Civil zombi”, y no diversifica la acción en diferentes tramas. Todo sucede sin pausa, sin dobleces. Las fieras son fieras y las víctimas son víctimas. Nada que objetar pues si la intención del novelista era ésa y ha sabido llevarla a buen puerto con su habilidad acostumbrada.   


Una aventura escrita a tumba abierta, para disfrutar sin freno o en caída libre. Que hará las delicias de los lectores habituales del género Z y de los que no lo son tanto.

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