“GLENN” de Alejandro Castroguer,
texto firmado por Gabriel Bermúdez Castillo
Al comentar la impactante novela de Alejandro Castroguer sobre la vida del excepcional y torturado pianista canadiense Glenn Herbert Gould, no voy a extenderme desde luego, sobre la exactitud o no exactitud de los datos sobre la vida del artista. Por sus conocimientos musicales, considero a mi colega Alejandro suficientemente dotado como para tomar tanto de la realidad como de la fantasía, así como de las conveniencias literarias, aquello que considere suficiente.
¿Me encuentro yo en condiciones de juzgar las actividades musicales del protagonista de la novela, o más que novela, biografía? Entiendo que sí, hasta cierto punto. No solo he sido un gran aficionado a la música llamada clásica desde hace muchísimos años, sino que también, cuando estaba estudiando, comencé a aprender solfeo y piano en los ratos en que la facultad de Derecho me dejaba libre. No pude hacer mucho, pues sólo conseguí aprobar un año de cada una de esas dos disciplinas. Pero mejor es eso que nada.
Lo cierto es que entre mis conocimientos musicales no se hallan precisamente las “Variaciones Goldberg”, de Juan Sebastian Bach, que constituyen dos hitos importantes en la sufrida carrera del artista canadiense, y que, según revela el novelista en su comentario final, se hallan conectadas misteriosa y artísticamente con la división en capítulos (¿o variaciones?) en que se descompone la biografía.
Por tanto, me voy a limitar a enjuiciar, desde un punto de vista técnico, como novelista, la exposición que Alejandro Castroguer hace la vida de Glenn Gould, prescindiendo completamente de que el lector posea conocimientos musicales o no, y que sepa o ignore la existencia de este genio del piano.
La obra, tal como el autor la desarrolla resulta, como la he calificado al principio, impactante. Alejandro Castroguer alterna en los sucesivos capítulos el presente histórico, en tercera persona, en que el escritor se refiere de esa forma al protagonista de la biografía, o de sus circunstancias, con otros en los que Glenn habla de sí mismo, en primera persona y en pretérito indefinido, lo cual es una forma novelística mucho más difundida que la primera.
En efecto, el presente histórico, si se mantiene durante toda una obra, resulta difícil de captar y pesado para leer. Es muy corriente que muchos autores, entre ellos el que suscribe, lo utilicen con cuentagotas, con objeto de dar un mayor impacto, una mayor fuerza a alguna escena determinada.
Pero la forma en que el novelista utiliza esa alternancia está tan bien realizada, tan estudiada (ignoro si los diversos capítulos están relacionados por el sistema expositivo o por el contenido, con las repetidas “Variaciones Goldberg”) que en ningún momento el presente histórico resulta pesado. Antes bien, al contrario. Con singular maestría, el autor nos va llevando poco, a poco, con un orden que al principio parece aleatorio, ya que no sigue una sucesión histórica por fechas consecutivas, pero que realmente no lo es, tal y como al final el comentario con que se cierra la biografía nos hace comprender.
La obra es intensa, penetrante. Poco a poco vamos comprendiendo a esa persona tan difícil que era Glenn Gould. Inteligente, solitario, maniático, se nos expone sus situaciones familiares, su educación musical, sus éxitos, sus fracasos, sus rarezas y su ansia de soledad. Algún comentarista ha achacado al personaje ser víctima de un síndrome de Asperger, pero no puedo estar de acuerdo en ello. Glenn Gould era, sencillamente, un personaje al que le gustaba la soledad, y que sólo por necesidad admitía el trato social con el resto del mundo. Indirectamente, y de una forma muy discreta, Castroguer revela que el artista mantenía de vez en cuando, y no raramente, relaciones intimas con damas de diversas características, de la misma manera con que congeniaba de manera natural con algunas personas (Bernstein, por ejemplo). No tenía deformidades físicas, no estaba obsesionado por nada (no es obsesión, en un pianista como él, estar encandilado por los pianos o la música) y no coleccionaba objetos absurdos. No cabe oponer a esto que se retirase silenciosamente de los escenarios llegado determinado momento, ya que el autor demuestra cumplidamente que debía hallarse agotado.
Pero Alejandro Castroguer nos arrastra con sus intensas descripciones de la vida de Glenn Gould, de su forma de actuar, de sus sufrimientos íntimos. Nos expone quien era con tal pasión, con tal fuerza expresiva, que no puede por menos de subyugar al lector, el cual a medida que profundiza en la obra se ve cada vez más interesado en el dolorido protagonista, por los acontecimientos que le rodean y por todos sus problemas, económicos, artísticos, técnicos y familiares.
Si la obra de Castroguer se contempla como biografía es sin duda una exposición real y viva de la vida de un artista; si se hace considerándola como una novela, es una obra fuera de serie, extraordinariamente bien escrita, con las palabras justas y adecuadas para describir cada situación, cada estado de ánimo, cada problema de los que acosan al pianista canadiense. Éste, como un ser vivo, surge, emana, de las páginas de la obra y se alza ante el lector como un ente real, existente, de carne y de sangre, de muchas penas y escasos ratos felices. No podemos por menos, al ir pasando una página tras otra, que sentirnos dominados por la potente atracción de lo que Castroguer ha escrito, con un estilo personal y único, hasta llegar a las últimas y entristecedoras escenas. Casi no es un libro lo que tenéis entre las manos, sino un ser viviente más, derramando humanidad por todas partes.
La obra merece, sin lugar a dudas, el Premio Jaén de Novela que se le ha concedido. Para leerla no hace falta ser aficionado a la música clásica, ni siquiera saber algo de ella. Basta con ser un ser humano, capaz de comprender la vida de los demás. Leedla; no os arrepentiréis.
Cartagena, 7 de junio del 2016
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