Blog personal de Alejandro Castroguer

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sábado, 4 de junio de 2016

La piel del infinito, de Bermúdez Castillo


Título: La piel del infinito
Autor: Gabriel Bermúdez Castillo
Año: 1978
Páginas: 141
Editorial: Ediciones Dronte


La edición de "La piel del infinito" se completa con uno de los mejores relatos de Bermúdez Castillo, "Cuestión de oportunidades".

Texto de contraportada: Desde lo más profundo de mi oscuridad espío al mundo. Esos seres blandos de carne y hueso, húmedos, asquerosos; con sus vicios y sus pasiones. Y su dolor. Dolor. Los teléfonos suenan a mi alrededor, las radios zumban, me llegan comunicaciones. Muertes, revoluciones, asesinatos. Violaciones. Dolor. Me estremezco. La suprema comprensión llega a mi. Aquí, en lo más profundo de mi oscuridad, adelanto mis manos y casi rozo, casi, la piel del infinito…

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Con apenas un puñado de párrafos, el novelista logra que el lector acepte la idea inicial de la obra: la voz de un narrador que, en primera persona, cuenta cómo lo liberan de cierto lugar (no se especifica de dónde) y cómo regresa a su hogar (qué significa la palabra hogar en su boca) dispuesto a cumplir una misión (¿cuál?) que no termina de comprender pero que es de obligado cumplimiento. Demasiadas incógnitas como para tildar a esta novela como una más entre las que se publicaban en aquella época de finales de los setenta. En realidad se trata de una rareza que me trajo vagos ecos de "Molloy" de Samuel Beckett, ese monólgo interior en donde no hay más respuestas que lo que sucede delante de las narices de quien sostiene el libro. La novela traza un camino que ha de recorrer en solitario el lector, sin más brújula ni pistas que las pocas que encontrará en los arcenes.

Hagen y Elsa (dos nombres de reminiscencias wagnerianas), Jorge Bruckner, los padres puritanos, la torre de placer donde gozan de sus cuerpos Elsa y Bruckner (una de las escenas más originales y sensuales de toda la novela); sadismo y sexo, y violencia, y ciudades imposibles como la Ciudad del Reposo (su descripción la asemeja a una de las Ciudades Invisibles de Italo Calvino), todos los escenarios y los personajes movidos por la voz del narrador, quien por cierto se enreda en ciertos vericuetos del lenguaje, en un alarde más de virtuosismo por parte del novelista.

Citando a Charles Ives, esta La piel del infinito es una verdadera Pregunta sin Respuesta. Al menos, el autor no ofrece ninguna. Corresponde al receptor del mensaje, el lector, elaborar su propia teoría acerca de lo leído y encontrarle, si es posible (o necesario), una explicación. Pese a compartir muchas de las señas de identidad de este autor (aventuras, sexo y humor), su particular enfoque la diferencia del resto de novelas publicadas de su catálogo. Tal vez, a esto obedezca el hecho del escaso eco mediático que tuvo cuando Ediciones Dronte la publicó en 1978. 

En resumidas cuentas, han de huir, pues, de "La piel del infinito" aquellos lectores que quieren (o precisan) la comida bien masticada y deglutida. La naturaleza de la violencia que engendra el narrador no necesita de justificación, ni por su parte ni por parte de Bermúdez Castillo, que se solaza en una espiral de desmanes que crece y crece con la única ambición (eso parece) de destruirlo todo. Lo dicho, no es una obra sencilla, lo que no quiere decir que no sea fascinante.

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La edición se completa con "Cuestión de oportunidades". En este relato, uno de los más celebrados de Bermúdez Castillo, el señor Mendoza ha perdido una importante cantidad de dinero. Es por ello, por el temor que le infunden los Pistoleros Diplomados de la Autarquía de Titán, que recurre a una empresa que ofrece trabajos bien remunerados: la única pega es que en ellos hay que poner, sí o sí, en riesgo la vida. A mayor remuneración, mayor es el porcentaje de morir sin concluir el trabajo. Una aguda reflexión en torno a la necesidad y a la avaricia humanas. 

Amén de en esta edición, "Cuestión de oportunidades" apareció luego en la Colección de Orbis, los "libros azules", en Martíez Roca en su colección Super Ficción y en una antología de Minotauro. En resumidas cuentas, estamos ante una de las obras más famosas de Bermúdez Castillo. 


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