Título: El cuento de la Princesa Kaguya
Título original: Kaguya-hime no Monogatari
Director: Isao Takahata
Año: 2013
Duración: 137 min.
Guión: Isao Takahata, Riko Sakaguchi
Música: Joe Hisaishi
Sinopsis (extractada de Filmaffinity): Basada en un cuento popular japonés anónimo del siglo IX, "El cortador de bambú". La historia comienza cuando una pareja de ancianos campesinos encuentran a una niña diminuta dentro de una planta de bambú, y deciden adoptarla como si fuera su hija. Convertida rápidamente en una hermosa mujer, es pretendida por muchos hombres, incluido el emperador...
Estos son algunos de los premios cosechados por el film de Takahata: Nominada a Mejor largometraje animación en los Oscar 2014, Mejor largometraje de animación por Críticos de Los Angeles 2014, Festival de Cannes 2014: Sección oficial, etc
Muchos cinéfilos desprecian las
películas de dibujos animados. Con suerte, le conceden
el beneficio de la duda a toda un clásico del Séptimo Arte como es “Fantasía”;
es a lo más que llegan los integristas del cine.
El Habitante Incierto de esta casa, más abierto de mente,
disfruta por igual de una película ya sea interpretada por actores
de carne y hueso o actores de colores y tinta negra. Lo importante es el guión,
la trama, el delineado psicológico de los personajes, y nunca la técnica
empleada para conseguirla.
Ayer le tocó el
turno a la última maravilla alumbrada por el Estudio Ghibli, una película de
Isao Takahata: “El cuento de la Princesa Kaguya”. El milagro del nacimiento de
la princesa en una caña de bambú, el milagro de la repentina transformación en
bebé, el de la improbable subida de leche a los pechos de una anciana o el del
crecimiento anormal de la pequeña no son más que el inicio de una historia que
Takahata cuenta con delectación y sosiego. Sin prisas. Todo tiene su tempo.
El director se regodea,
sobre todo en las escenas campestres, en una paleta de colores asombrosos,
reforzando los detalles en el centro de la imagen y difuminando los contornos
conforme se alejan del mismo. La naturaleza se muestra en todo su esplendor, no
hay mejor escenario para las tiernas correrías de Brote de Bambú, así llaman a
la princesa sus amigos, y Sutemaru.
Toda esta felicidad no
es más que el prólogo al verdadero drama que la protagonista vivirá en cuanto
se traslade a la capital, donde su padre “adoptivo”, el leñador que la recogió
del bambú, ha edificado una mansión en su honor gracias al oro que ha ido
encontrando en el interior de otros bambúes. Ajena a la predestinación de
quienes viven para ser princesas, Kaguya se siente a disgusto, constreñida por
las convenciones y los rigores de una clase social a la que sus padres se
empeñan que pertenezca. El aprendizaje y la rebeldía, el sometimiento y la
rabia, volcados sobre una muchacha a quien la hermosura se le escapa por los
ojos y por los dedos cuando toca una música en el koto.
La música, firmada por Joe Hisaishi, acompaña, susurra, colorea cada sentimiento con la dulzura propia de
la princesa Kaguya. La película, que no se hace larga pese a superar los ciento
treinta minutos, es una de esas raras joyas que uno se encuentra de improviso
en el intrascendente cine actual. Si hoy en día en el cine todo
son efectos visuales de artificio, historias escritas y deglutidas para espectadores
con el cociente intelectual de una ameba, y chistes de variada índole con que
satisfacer los bolsillos de quienes pagan una entrada o con que endulzar aún
más las palomitas de colores, “El cuento de la princesa Kaguya” rinde homenaje
a la tradición del buen cine japonés, pausa, composición de personajes,
diálogos justos, y una historia que trasciende.
El Habitante Incierto sabe que ha
visto una obra de arte. Un nuevo clásico. Una joya. Y así te lo hace saber.
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