Dejad de soñar con los ojos abiertos, compañeras. Ese hombre no es Dios, tampoco un sindicalista merino, por mucho que nos regale casa y comida. La prueba de lo que os digo es el silencio de nuestros corderos cuando, según dice, los lleva de paseo. Despertad y reconoceréis en sus manos a nuestro dueño, y en sus ojos las treinta monedas de plata de Judas Iscariote. Dejad de soñar, compañeras, nos quedan los balidos contados.
Dolly
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