Fotografía de Vaneessa Molina Benítez |
De repente, la fachada del hospital
de Santo Tomás verdea de musgo.
Florecen las piedras achacosas,
las vidrieras ciegas, las ventanas mudas.
¡El viejo Greensleeves!
Bastan una guitarra tañida con el higado
y una flauta besada por el viento canoso
de la tarde que muere.
El edificio rejuvenece, su invierno
de cinco siglos se llama otra vez primavera.
La música, de otro tiempo, detiene el paso
de los viajeros de este otro tiempo,
justo en el instante en que el sol se transmuta
en queso y se funde sobre los aleros de los edificios.
El viejo Greensleeves, que huele y sabe a siglo XVI.
Seguro que has vivido este mismo momento
en otro espacio, en otro tiempo,
florecida la muerte de otras piedras,
otras vidrieras, otras ventanas.
Pero a fin de cuentas, los mismos
tres minutos eternos de esta anochecida,
a la vez virgen y eterna.
Insomne en su inminencia de sentencia.
Es el murmullo lejano de una vida que late entre grietas.
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