Era Año Nuevo.
Y el lugar para asistir a una lección magistral, el menos indicado: se encontraban en una de esas ventas en las que la gente gasta mediodías de sábado o de domingo entre tapas de lomo y cerveza fría.
Pero allí estaban el escritor y el bebé, sentados en una esquina, el uno en el regazo del otro.
El mundo alucionado que guardaba el primero era diametralmente contrapuesto a la sencillez casi plana del segundo. Y el que a priori parecía dispuesto a impartir su doctorado fue testigo de una lección gratuita.
El bebé, con una destreza casi inhumana, apartaba de su lado y tiraba al suelo un paquete de toallitas húmedas que su madre usa en casos de emergencia. Dispuesto a forzar tal destreza, el escritor volvía a colocar el paquete en la posición de origen. La respuesta del bebé era inmediata: estiraba el brazo y de un manotazo lo lanzaba de nuevo al vacío. Una y otra vez, tantas veces como el juntaletras se empeñaba en ponerle a prueba.
Lo que en un principio ocurrió de manera imprevista degeneró en un juego contínuo, cada vez más rápido. La perfección del movimiento era tal que el escritor terminó por entender la lección.
Todo puede ser mejorado. Persevera en el empeño. Pule cada frase.
Y el lugar para asistir a una lección magistral, el menos indicado: se encontraban en una de esas ventas en las que la gente gasta mediodías de sábado o de domingo entre tapas de lomo y cerveza fría.
Pero allí estaban el escritor y el bebé, sentados en una esquina, el uno en el regazo del otro.
El mundo alucionado que guardaba el primero era diametralmente contrapuesto a la sencillez casi plana del segundo. Y el que a priori parecía dispuesto a impartir su doctorado fue testigo de una lección gratuita.
El bebé, con una destreza casi inhumana, apartaba de su lado y tiraba al suelo un paquete de toallitas húmedas que su madre usa en casos de emergencia. Dispuesto a forzar tal destreza, el escritor volvía a colocar el paquete en la posición de origen. La respuesta del bebé era inmediata: estiraba el brazo y de un manotazo lo lanzaba de nuevo al vacío. Una y otra vez, tantas veces como el juntaletras se empeñaba en ponerle a prueba.
Lo que en un principio ocurrió de manera imprevista degeneró en un juego contínuo, cada vez más rápido. La perfección del movimiento era tal que el escritor terminó por entender la lección.
Todo puede ser mejorado. Persevera en el empeño. Pule cada frase.
TE HE VISTO REFLEJADO EN EL RELATO ALEJANDRO.CUAN TO PODEMOS APRENDER DE NUESTOS HIJOS ¿VERDAD?
ResponderEliminarPues sí, a qué negarlo. Cuánto se puede aprender de ellos. Un saludo y feliz año, Sergio.
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