Emilio J. Bernal, nacido en
Jerez de la Frontera (Cádiz), pero actualmente afincado en Vila-seca de Solcina
(Tarragona), compagina su trabajo como auxiliar de psiquiatría con su afición
por la escritura. En sus horas de ocio acude a lectura y al cine,
preferentemente de terror. Los Zombis entran dentro de sus mayores inquietudes,
consumiendo todo tipo de contenidos referentes a ellos. Entre tanto, saca
tiempo para ir añadiendo entradas en su blog personal http://desdelamorgue.blogspot.com
El autor, E.J.Bernal |
He aquí el relato en cuestión:
“EL
HIJOPUTA ESE…”
Emilio
J. Bernal
– ¿Por qué los paquetes de
salchichas siempre llevan siete salchichas? -pregunta doña Dolores a Luis el
tendero.
Luis, que conoce a doña Dolores
desde hacía veinte años, es consciente de que la anciana "pierde"
desde hacía un buen tiempo. Pero siempre fue una buena clienta, y aunque fueran
ya las diez de la noche y estuviera a punto de echar el cierre, Luis le da
cancha.
– Doña Dolores, ¿como está su
marido? -pregunta Luis a la anciana siendo consciente de que Paco, su marido,
falleció hace dos semanas.
– El "hijoputa" ese
dando por culo, como siempre.
Doña Dolores siempre utilizó
ese tipo de expresiones sin ningún tipo de maldad, y su matrimonio había sido
idílico hasta el final. Luis los recuerda como dos abuelos cascarrabias que
disfrutaban haciéndose rabiar mutuamente. Era su peculiar manera de demostrarse
amor, fruto de cincuenta y seis años de soportarse sus manías.
– ¿Sabes que pasa hijo? Que
cuando le hago salchichas, el viejo siempre quiere cuatro y yo me tengo que
quedar con tres.
– ¿Y por qué no compra usted
dos paquetes?, así serán pares.
– Luis no me líes, no me líes.
¿Para que quiero yo tantas salchichas?
El ding-dong de la puerta del
establecimiento suena y entra un chico joven que parece salido de una película
de Tim Burton. Doña Dolores se lo mira de arriba abajo con cara de asco a lo
que el joven responde de igual manera y acto seguido se dirige a Luis.
– Oye tronco, ¿vendes hielo?
Doña Dolores contrae la cara y
no puede evitar inmiscuirse en la conversación.
– Se llama Luis.
– ¿Tengo cara de que me
interese, vieja? – responde el siniestro dando muestras del rechazo que le
produce la anciana, que en ese momento se santigua.
– Oye joven, tenga un poco de
respeto por la señora, ella también tiene un nombre, es Doña Dolores – le
reprocha el tendero al hijo de Drácula.
– Veo que aquí todos tenéis
unos nombres preciosos. Pues yo también tengo uno y bien guapo. Me podéis
llamar “Cabrón Rabioso”. Así que ya puedes ir poniéndome dos bolsas de hielo y
un librillo de papel de fumar, calvito – le ordena a Luis en tono de sorna.
Luis, que es un señor muy
prudente, opta por cerrar el pico y atender al señor Cabrón Rabioso antes de
que la situación se vaya de madre. No merece la pena discutir con gentuza así y
me menos estando una anciana delante que podría resultar dañada.
Doña Dolores permanece
impertérrita, sigue mirando al primo blanco de “Blade” de arriba abajo, rollo
escáner y con un gesto frío y serio. A Luis esa actitud de Doña Dolores le pone
nervioso. El señor Cabrón Rabioso podría interpretarla como un desafío.
– ¿Tienes problemas de cadera,
hijo? – interroga Doña Dolores al joven.
– ¿qué dice ahora esta vieja
loca? – pregunta ahora el siniestro al tendero.
Luis le responde encogiéndose
de hombros y levantando las cejas en señal de no tener respuesta.
– A mi hijo el mayor, cuando
iba al colegio, le tuvimos que poner un suplemento así en el zapato izquierdo
porque se le desgastaba el hueso de la cadera…
Luis, al darse cuenta de a qué
se refería la anciana, no sabía donde meterse. El paliducho joven calzaba unas
de esas botas de plataformas negras, llenas de tachuelas, cadenas y demás
cachivaches. De no ser porque Doña Dolores estaba senil, Luis el tendero
hubiera pensado que se reía de aquel flacucho con cara de muerto.
El joven, incrédulo, se mira el
zapato para después mirar a la anciana.
– Oye, chaval, no se lo tengas
en cuenta. La pobre es mayor y a veces dice cosas sin pensar… – intenta mediar
Luis.
El señor Cabrón Rabioso mira a
uno y a otro sin saber muy bien que hacer. Se siente humillado y nota como una
quemazón crece en su estómago. Está furioso. Introduce la mano en uno de los
bolsillos de su cazadora negra de tres cuartos y saca una navaja. Se abalanza
contra Doña Dolores.
– ¡Tú, vieja de mierda! Ahora
te vas a sentar ahí y te vas a callar la puta boca… – agarra a la anciana por
el cuello poniéndole la navaja sobre la mejilla y la sienta bruscamente en una
silla de enea. – y ¡tú, calvo de los cojones! No sólo vas a darme lo que te
pedí, sino que además me vas a dar todo el dinero que tengas en la caja…
– Paco, ¿qué prefieres que te
haga para la cena? ¿Un poquito de pescado o una poquita de verdura hecha así
como a ti te gustan? – doña Dolores ha sacado el móvil, uno de esos modelos de
teclas gigantes especiales para ancianos, y está hablando con su fallecido
esposo. – Bueno, ya estamos con lo mismo de siempre… pues mira, si no te
decides ya sabes donde está el almacén de Luis, te vienes y se lo dices tú. Ah,
y no piques por ahí que después no me comes.
Luis está pasmado mirando a su
vieja clienta. El señor Cabrón Rabioso simplemente no da crédito.
– Si que está zumbada la vieja
– piensa el siniestro en voz alta– Calvito, ¿te he dicho que pares? Sigue
haciendo lo que te acabo de pedir – amenaza a Luis señalándole la caja con el
cuchillo.
– Por favor, joven, si quiere
hacerme daño a mí, hágamelo. Pero haga el favor de dejar que la señora se
marche.
-Cállate la jodida boca y sigue
a lo tuyo. Aquí y ahora las normas las pongo yo. La vieja se queda aquí y
punto. ¿Pretende que la deje marchar para que, en cuanto salga por la puerta,
alerte a todo el barrio de lo que aquí esta sucediendo? ¿Piensas que soy
gilipollas?
Con un gesto bastante violento
arranca el móvil de las manos de la anciana. Doña Dolores no parece asustada.
En vez de mirar a su agresor con miedo le mira con un aire de reproche. Como
miraría a su nieto si le hubiera roto su jarrón favorito. Ahí estaba Doña
Dolores con sus brazos cruzados, monedero bajo el sobaco y roete blanco
impoluto.
Luis, por el contrario estaba
bastante asustado. Nunca había tenido que enfrentar una situación similar a
esta. Como mucho había pillado alguna vez a Diego, el hijo de la carnicera
robándole unos Donuts. Pero nada de importancia, cosas de críos. Sin embargo
ahora la cosa se había puesto fea. El olor a especias habitual de la tienda de
pronto era más intenso a la percepción de Luis así como el tic-tac del reloj de
pared que tenía sobre su cabeza. Termina de sacar hasta la última moneda de la
caja y se lo entrega todo al delincuente.
– Se lo pido por favor no le
haga daño, lo acaba de ver, hablaba con su marido que lleva dos semanas muerto.
No esta bien la mujer. No puede tomarse tan a pecho las palabras de una pobre y
enferma anciana.
– Bien, ahora haremos lo
siguiente, yo comenzaré a caminar hacia atrás lentamente. No quiero movimientos
bruscos. No quiero oír ni una sola palabra. Saldré de la tienda y por vuestro
bien, haced como si aquí no hubiera ocurrido nada. De lo contrario sabré donde
encontraros y os aseguro que si os vuelvo a hacer una visita no os resultará
nada agradable. Por lo demás, sólo deciros que gracias por estos presentes –
amenaza el señor Cabrón Rabioso utilizando un tono burlesco en esta última
frase de gratitud.
Ni Luis ni Doña Dolores hacen
ningún comentario al respecto. El escuálido atracador comienza a caminar, dando
pasos hacia atrás, en dirección a la puerta de la tienda sin quitarles los ojos
de encima a sus víctimas.
A tan solo dos pasos de lograr
su huida el ding-dong de la puerta suena a espaldas del señor Cabrón Rabioso.
Un intenso olor se hace presente en toda la tienda. El atracador intenta
girarse pero algo hace que espere unos segundos. La reacción de Luis le ha
descolocado. Luis tiene la cara desencajada y ha caído sobre las estanterías
que tiene detrás. Cayéndole encima todo tipo de latas de conservas. Doña
Dolores, por su lado, actúa con normalidad, sonríe incluso. Sin poder reprimir
más el acto instintivo, el señor Cabrón Rabioso mira a su espalda. Sólo llega a
ver como algo se le echa encima. Después todo se torna oscuro para él.
A Luis le tiemblan las piernas.
El tacto húmedo y caliente sobre sus muslos le indica que acaba de mearse
encima. Está tirado en el suelo, rodeado de comida enlatada, y con los músculos
agarrotados por el miedo. Mira hacia arriba y ve como la cara de Doña Dolores
asoma por encima del mostrador preocupada por su estado.
– Luis, ¿estás bien? Levántate,
que ha venido mi Paco a verte – le comenta la anciana divertida.
Luis, que se niega a admitir
que ha visto lo que acababa de ver, empieza a levantarse de forma lastimosa.
Cuando por fin logra la verticalidad, en su tienda sólo ve a Doña Dolores. Ya
no estaba el señor Cabrón Rabioso y mucho menos aquella cosa que entró después.
Sin embargo si que había algo que no le era familiar. Un sonido. Un sonido
baboso, pringoso. Y una especie de gruñido. Y ese olor…
Doña Dolores, al otro lado del
mostrador, permanecía mirando al suelo. Luis percibe que el sonido proviene de
ahí y se incorpora por encima para ver que sucede.
El señor Cabrón Rabioso está
tumbado boca arriba. Sobre él, un señor mayor con un estado de putrefacción
considerable está comiéndose sus entrañas.
– El “hijoputa” éste siempre me
hace lo mismo, Luis, – le dice Doña Dolores a un Luis que ya está vomitando
hasta por los ojos – pica por ahí y después no me come en casa.
Luis vuelve a caer al suelo,
exactamente al lugar de antes, y queda hecho un ovillo bañado por sus propios
vómitos. Doña Dolores vuelve a asomarse.
– Luis, ¿por qué los paquetes
de salchichas siempre llevan siete salchichas?
En este enlace, hay un buen puñado de comentarios que recibió el relato por su participación en cierto concurso: http://www.zonaereader.com/foro/viewtopic.php?f=44&t=6642
ResponderEliminarMe ha gustado. Saludos!
ResponderEliminarMis felicitaciones a Emilio Bernal por su original relato. En especial por el entrañable personaje de Doña Dolores, pues resulta significativo el escaso protagonismo que tienen las personas mayores en los relatos de terror, y el inesperado giro narrativo final, impredecible y aterrador. Nunca pensé que pudieras reite mientras pasabas miedo. :D
ResponderEliminarSólo por un comentario como éste ya me ha merecido la pena haber escrito esta pequeña historia. Veo que mi objetivo de mezclar humor con terror está cumplido. Aunque muchos me dijeran que los dos géneros juntos no casan. Decir también que en la mayoría de los relatos que escribo los ancianos tienen bastante protagonismo. El por qué no lo sé, pero es así. Un abrazo y gracias por leerlo.
ResponderEliminarUn GRAN relato que te deja al terminarlo una media sonrisa macabra grabada en el rostro que se te tarda en ir un buen rato. Mezcla de géneros que me llega a recordar a la maestría expuesta por Juan de Dios Garduño en su magnifico relato corto "Felices para siempre". Estoy esperando poder leer algo mas de ti.
ResponderEliminarUn saludete!!
Enorme!!! Muy muy bueno. Final totalmente inesperado y muy bien explicado. Me gusta como compara al cabron rabioso, con Blade o el hijo de Dracula.
ResponderEliminarSin duda este escritor tiene muy buena pinta y desde luego esperare poder leer su siguiente relato, y quien sabe si en un futuro su novela.
Mucha suerte un saludo
Gracias por el comentario Rodrigo. A principios de año podré dar a conocer otro relato llamado "Casimiro y Josefina" ya me dirás que tal... Saludos!
ResponderEliminarVíctor que Dios te escuche (o mejor dicho... los editores)Gracias por dedicarle algo de tu tiempo a El hijoputa ese...
ResponderEliminarUna historia divertida a la par que sanguinaria. Debo decir que me ha encantado la manera en que "el hijo de Drácula" ha recibido su merecido. Por cierto, la señora lleva razón, joder, ¿por qué narices los paquetes de salchichas siempre contienen cantidades impares? Cuando los quieres repartir siempre queda el dilema de la última salchicha. Un saludo.
ResponderEliminarHola, acabo de leer tú relato en la edición del concurso de relatos de terror. Y he de decirte que me ha gustado mucho, mas que el ganador, me parece un relato justo, no le falta ni le sobra nada a mí Pobre entender, quería que lo supieses, espero que sigas escribiendo
ResponderEliminarUn saludo