Os cuento. El Habitante Incierto de esta Casa Deshabitada tiene un hábito de lo más reprobable: usar los libros a modo de diario. A veces basta con una dedicatoria. O con unas notas garabateadas en las páginas en blanco que hay al inicio o al final de la publicación. Cualquier montón de palabras con tal que se preserve una migaja de vida, el reflejo mísero de un día cualquiera. Algo en apariencia intrascendente.
Pero ahí no acaba su desfachatez. Además de usarlos de diario, el Habitante emplea sus libros de ataúdes donde enterrar todo tipo de cosas: viejas fotografías, recortes de periódicos y cualquie cosa que sirva para recordar el tiempo ya gastado.
Los años terminan por amarillear las hojas y distanciar las lecturas, para bien o para mal. Porque ¿qué recordamos de libros leídos hace cinco, diez, veinte años? Es en esa longitud de años o de décadas donde aguardan, agazapadas, las notas garabateadas, las dedicatorias, todo lo que el Habitante dispuso para el momento exacto del redescubrimiento.
Os hablo ahora de un libro en concreto: La Saga de Cthulhu que editase La Factoría de Ideas en su colección Puzzle. Dentro duermen un recorte del diario Qué acerca de la muerte a tiros de un niño, fechado el 3 de octubre de 2008. Una postal de Irlanda. Un marcador de páginas de la Biblioteca Cánovas del Castillo. Y el siguiente puñado de palabras manuscritas:
"Estamos en el Rincón de la Victoria y a 20 de agosto de 2008. En la plaza que se abre delante del ayuntamiento compramos dos libros: Nazareth Hill, de Ramsey Campbell y este La Saga de Cthulhu (a cuatro euros cada uno). De inmediato, Vane y yo empezamos a leerlos. El relato Una habitación en Go.Bay Street cae aquí mismo, tumbado aún en la playa.
De regreso a Málaga, a eso de las tres menos cuatro de la tarde, quiere la desgracia señalar este día con un trágico accidente aéreo en Barajas (154 muertos)".
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