La curación – Miguel Córdoba
305 páginas
Rústica con solapas
Editorial El Transbordador
Sinopsis (extraída de la nota de prensa): «Magie Anderson nació con una característica muy particular:
tiene un hilo negro atado al dedo anular de su mano izquierda. Juega a enredarse
con él y dibuja siluetas misteriosas sobre la mesa del salón. Con el tiempo descubrirá
por qué arrastra ese hilo y la patológica obsesión que hay al otro extremo. En esta
historia de terror surrealista los fantasmas se refugian en tambores de lavadora
para no tener que afrontar el desasosiego del Más Allá y Dios es una niña de nueve
años que vive dentro de una urna de cristal en una base secreta de Nebraska. Por
cierto, lleva meses sufriendo una grave depresión y demostrando preocupantes tendencias
suicidas. En el mundo de La curación las máscaras son más sinceras que los
rostros que ocultan y los pensamientos, cuando son intensos y persistentes, monstruos
gigantes hambrientos de odio y soledad.»
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En el epílogo afirma Miguel Córdoba que el Habitante Incierto de la Casa Deshabitada dejó en su día la semilla de esta historia en una incierta reseña que firmó en 2015 de "Ciudad de heridas". Igual que los personajes de "La curación", que son y no son, que devienen en luces y a la vez en sombras, aquel blog es ahora éste, "El perro de Amadeus" (Mozart en una palabra), y el Habitante es apenas un ladrido de miedo. Miedo y asombro ante este nuevo artefacto del novelista de Vélez-Málaga. La ciudad de Gran Salto ya no existe, acaso en los recuerdos de aquel lector que enfrentase sus primeras dos obras y en el laberíntico entramado que sustenta este imposible edificio. Aquí el escenario es todo lo real que pueden ser los EE.UU. de los años ochenta y noventa.
Miedo y asombro el de este perro ante tanta fiereza inventiva. Los personajes de la novela, que basculan entre Magie y Anna, se hacen de carne y hueso en virtud de sus fracasos y no en el de sus potenciales heroicidades. En un mundo que literalmente se muere, en una realidad que se resquebraja, en este 2018 y en el espacio-tiempo de la novela, no caben historias amables. Aquí todo tiene el sabor ácido del vómito y el placer fulgurante del sexo. Que Magie imponga su tiranía como personaje sobre el resto no es óbice para que los demás acaben hábilmente perfilados antes de que los entierre el punto final. Que Anna aguarde su momento hasta las penúltimas páginas, que los tulpas crezcan y se independicen, que el hambre tenga cuerpo de rata y la maldad, una careta puesta, no hacen más que confirmar que la novela es, y es de verdad, por mucho que haga equilibrios entre el surrealismo y el misticismo.
Miedo y satisfacción el de este perro al comprobar que aún son posibles las buenas historias de género, que no es necesario clonar a las deidades más comerciales del terror. Si Dios, en "La curación" es una niña de nueve años y está confinada en una base subterránea, todo puede suceder. Desde ese punto de partida, imposible en su potencialidad, posible en su ilógica, todo puede acontecer en el decurso de trescientes absorbentes páginas. Y lo que sucede, entre otras muchas cosas (la cena de las Guerreras, el amor imposible y enfermizo de Magie, los vaticinios, las hormigas gigantes,...), es que el tiempo se desdobla, y las sombras, y las muertes y las vidas, al mismo tiempo que las preguntas sin respuesta se multiplican.
En pos del futuro, o del eterno presente, la protagonista corre tras ese hilo negro, (me atrevería a decir) una metáfora de la imaginación del propio demiurgo de este drama, que se tensa y destensa. Si como lector buscas el terror palomitero, sin duda ésta no es tu mejor apuesta. Sin embargo, sanhelas algo diferente, enrédate en esta madeja en busca del cabo final. "La curación" te dará qué pensar, y mucho. Palabra de perro.
Buena crónica, Alejandro. Muy buena. Deseando meterle mano.
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