Título: Todo lo que era sólido
Autor:
Antonio Muñoz Molina
Editorial:
Seix Barral
Reseña publicada anteriormente en Fantasymundo:
La
carrera de Antonio Muñoz Molina, nacido en Úbeda en 1956, no ha dejado de
crecer desde que, en 1987, publicase El
invierno en Lisboa, novela que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa al
año siguiente. Beatus Ille, Beltenebros, Plenilunio, Sefarad y La noche de los tiempos, entre otras
obras, cimientan una producción que está al alcance de muy pocos autores
españoles. Gracias a El jinete polaco
se alzó el Premio Planeta en 1991, a mi juicio el mejor de todos cuantos se han
dado a lo largo de la historia. Amén de un numeroso puñado de premios, ha
recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y es miembro de la Real
Academia Española desde 1995.
Todo
lo que era sólido,
publicado por Seix Barral a comienzos de 2013, no es una novela, ni siquiera
una colección de relatos o textos periodísticos. Es un ensayo extenso y
minucioso de todo lo que ha ocurrido en España en los últimos seis, ocho años.
Como consecuencia de errores patrios, de los tejemanejes y despilfarros de
nuestros dirigentes, y de la grave situación económica mundial a la que parecía
inmune nuestro país. Es por eso que, al principio, el autor nos habla del
poderío de Lehman Brothers y de Merrill Lynch, y de su posterior
defenestración. Y de Alan Greenspan, Presidente de la Reserva Federal de EE.UU.
De esos años en que España asombraba al mundo gracias a su brutal crecimiento
económico. Y de paso, de la ceguera de nuestros políticos, henchidos de éxitos
y de números macroeconómicos. De esa época en que, según el Presidente
Rodríguez Zapatero, jugábamos en la Champions League de la economía mundial.
Precisamente,
en relación a Zapatero, nos cuenta el novelista una anécdota más que
significativa durante esa visita que Muñoz Molina rinde al Palacio de la
Moncloa acompañado de varios directores de centros del Instituto Cervantes. Me
refiero a ese momento en que el Presidente muestra a los visitantes la sala de
reuniones del Consejo de Ministros. Cito textualmente: “Apoyando las dos manos
en el respaldo del sillón a la cabecera de la mesa, los hombros siempre tan
peculiarmente levantados, el presidente nos dijo: éste es el sitio más especial
del palacio. Cuando te sientas aquí es cuando de verdad toca el poder. Me
sorprendió que lo dijera tan sinceramente, que no disimulara el gusto de
mandar.” Relato más que suficiente para darnos cuenta de la embriaguez de
prepotencia que enajena los sentidos de nuestros políticos.
Después
de trazar la radiografía de la situación económica nacional y de analizar los
primeros indicios que ya apuntaban la magnitud de esta crisis que aún estamos
viviendo, el autor se retrotrae a los últimos años de la dictadura franquista. Con
la intención de mostrarnos la línea de salida: aquella España que fue y que ya
no es, y cómo se empezó a pervertir todo desde su mismo comienzo. Capítulo a
capítulo nos presenta el aquelarre de despilfarro y necedad cometido por
quienes debieron gobernarnos con otros valores. Muñoz Molina habla de aquellos
años en que trabajaba como funcionario en el Ayuntamiento de Granada y, por
extensión, de la creencia natural de que el gobierno entrante había de deshacer
o negar todo lo hecho por el saliente. Derechas e izquierdas obsesionadas en lo
mismo, en reafirmarse en su plenipotenciaria sabiduría. “Todo se vuelve un
hacer y deshacer marcado por las oscilaciones electorales”, nos dice el autor
de Sefarad, “lo aprobado por un
gobierno queda en suspenso o es desarbolado cuando llega el gobierno de otro
partido; los nuevos cargos aspiran sobre todo a borrar la huella de los
anteriores; el dinero y el esfuerzo gastados se vuelven estériles”.
Sin
embargo zurcir y deshacer el zurcido no es el más grave de los problemas de
nuestra democracia. Seríamos unos privilegiados si así fuese. Existe otro
cáncer mucho más ofensivo, el del dinero despilfarrado para colocar en puestos
creados a dedos y premiar la fidelidad de amigos y parentelas varias. Una
cohorte de inútiles con nóminas de príncipes y principios de mendigos. El crimen
de un latrocinio sin cortapisas y el castigo, hasta hace bien poco,
inexistente. A este respecto escribe el autor: “Nadie puede calcular el número
o el costo total de los puestos que se fueron creando no para cubrir ninguna
necesidad racional prevista de antemano sino para dar colocación a parientes
más o menos cercanos o pagar favores políticos.” Y añade a continuación, como
diagnóstico de la enfermedad que padece nuestra economía: “Ahora mismo nos
hundimos bajo el peso muerto y combinado de su innumerable incompetencia.”
Exposiciones
Universales que generan gastos astronómicos. Festejos y ferias que se alargan hasta
la exageración con tal de mostrar una imagen de falsa prosperidad. Eventos
culturales que se organizan en medio mundo, sobre todo en New York, y a los que
no van más que los invitados españoles que han viajado en clase business para escarnio de nuestras cada
vez más menguadas cuentas. Construcción de monumentos sin control. Alcaldes y
pueblos empeñados en ser más prósperos que el alcalde y el pueblo de al lado.
Un ritmo frenético de edificaciones que no se podía sostener eternamente. Y es
que se creía, ciegamente, en el sueño eterno del ladrillo. Unos años tan tan prósperos
que los trabajadores de la construcción afirmaban, sin pudor, no levantarse a
trabajar a primera hora de la mañana a cambio del sueldo de un funcionario. No
podían imaginar, ni ellos ni nosotros, cuán cerca estaba de pincharse la
burbuja inmobiliaria. Es la radiografía de un Estado erigido sobre la aluminosis
de la corrupción y la idea de que el dinero de otros es más fácil de gastar que
el de uno.
Extranjero
en New York o en Amsterdam, Antonio Muñoz Molina fue macerando durante unos
años este amargo y lúcido análisis forense acerca de los cadáveres de nuestra
democracia y de nuestra economía. Ese espejismo de solidez que estalló como un
cristal que se hace añicos por culpa de un puñetazo.
En
definitiva, un ensayo tan primorosamente
escrito como necesario.
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