Blog personal de Alejandro Castroguer

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lunes, 3 de noviembre de 2014

Todo lo que era sólido


Título: Todo lo que era sólido

Autor: Antonio Muñoz Molina

Editorial: Seix Barral


Reseña publicada anteriormente en Fantasymundo:


La carrera de Antonio Muñoz Molina, nacido en Úbeda en 1956, no ha dejado de crecer desde que, en 1987, publicase El invierno en Lisboa, novela que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa al año siguiente. Beatus Ille, Beltenebros, Plenilunio, Sefarad y La noche de los tiempos, entre otras obras, cimientan una producción que está al alcance de muy pocos autores españoles. Gracias a El jinete polaco se alzó el Premio Planeta en 1991, a mi juicio el mejor de todos cuantos se han dado a lo largo de la historia. Amén de un numeroso puñado de premios, ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y es miembro de la Real Academia Española desde 1995.


Todo lo que era sólido, publicado por Seix Barral a comienzos de 2013, no es una novela, ni siquiera una colección de relatos o textos periodísticos. Es un ensayo extenso y minucioso de todo lo que ha ocurrido en España en los últimos seis, ocho años. Como consecuencia de errores patrios, de los tejemanejes y despilfarros de nuestros dirigentes, y de la grave situación económica mundial a la que parecía inmune nuestro país. Es por eso que, al principio, el autor nos habla del poderío de Lehman Brothers y de Merrill Lynch, y de su posterior defenestración. Y de Alan Greenspan, Presidente de la Reserva Federal de EE.UU. De esos años en que España asombraba al mundo gracias a su brutal crecimiento económico. Y de paso, de la ceguera de nuestros políticos, henchidos de éxitos y de números macroeconómicos. De esa época en que, según el Presidente Rodríguez Zapatero, jugábamos en la Champions League de la economía mundial. 


Precisamente, en relación a Zapatero, nos cuenta el novelista una anécdota más que significativa durante esa visita que Muñoz Molina rinde al Palacio de la Moncloa acompañado de varios directores de centros del Instituto Cervantes. Me refiero a ese momento en que el Presidente muestra a los visitantes la sala de reuniones del Consejo de Ministros. Cito textualmente: “Apoyando las dos manos en el respaldo del sillón a la cabecera de la mesa, los hombros siempre tan peculiarmente levantados, el presidente nos dijo: éste es el sitio más especial del palacio. Cuando te sientas aquí es cuando de verdad toca el poder. Me sorprendió que lo dijera tan sinceramente, que no disimulara el gusto de mandar.” Relato más que suficiente para darnos cuenta de la embriaguez de prepotencia que enajena los sentidos de nuestros políticos.  


Después de trazar la radiografía de la situación económica nacional y de analizar los primeros indicios que ya apuntaban la magnitud de esta crisis que aún estamos viviendo, el autor se retrotrae a los últimos años de la dictadura franquista. Con la intención de mostrarnos la línea de salida: aquella España que fue y que ya no es, y cómo se empezó a pervertir todo desde su mismo comienzo. Capítulo a capítulo nos presenta el aquelarre de despilfarro y necedad cometido por quienes debieron gobernarnos con otros valores. Muñoz Molina habla de aquellos años en que trabajaba como funcionario en el Ayuntamiento de Granada y, por extensión, de la creencia natural de que el gobierno entrante había de deshacer o negar todo lo hecho por el saliente. Derechas e izquierdas obsesionadas en lo mismo, en reafirmarse en su plenipotenciaria sabiduría. “Todo se vuelve un hacer y deshacer marcado por las oscilaciones electorales”, nos dice el autor de Sefarad, “lo aprobado por un gobierno queda en suspenso o es desarbolado cuando llega el gobierno de otro partido; los nuevos cargos aspiran sobre todo a borrar la huella de los anteriores; el dinero y el esfuerzo gastados se vuelven estériles”. 


Sin embargo zurcir y deshacer el zurcido no es el más grave de los problemas de nuestra democracia. Seríamos unos privilegiados si así fuese. Existe otro cáncer mucho más ofensivo, el del dinero despilfarrado para colocar en puestos creados a dedos y premiar la fidelidad de amigos y parentelas varias. Una cohorte de inútiles con nóminas de príncipes y principios de mendigos. El crimen de un latrocinio sin cortapisas y el castigo, hasta hace bien poco, inexistente. A este respecto escribe el autor: “Nadie puede calcular el número o el costo total de los puestos que se fueron creando no para cubrir ninguna necesidad racional prevista de antemano sino para dar colocación a parientes más o menos cercanos o pagar favores políticos.” Y añade a continuación, como diagnóstico de la enfermedad que padece nuestra economía: “Ahora mismo nos hundimos bajo el peso muerto y combinado de su innumerable incompetencia.”


Exposiciones Universales que generan gastos astronómicos. Festejos y ferias que se alargan hasta la exageración con tal de mostrar una imagen de falsa prosperidad. Eventos culturales que se organizan en medio mundo, sobre todo en New York, y a los que no van más que los invitados españoles que han viajado en clase business para escarnio de nuestras cada vez más menguadas cuentas. Construcción de monumentos sin control. Alcaldes y pueblos empeñados en ser más prósperos que el alcalde y el pueblo de al lado. Un ritmo frenético de edificaciones que no se podía sostener eternamente. Y es que se creía, ciegamente, en el sueño eterno del ladrillo. Unos años tan tan prósperos que los trabajadores de la construcción afirmaban, sin pudor, no levantarse a trabajar a primera hora de la mañana a cambio del sueldo de un funcionario. No podían imaginar, ni ellos ni nosotros, cuán cerca estaba de pincharse la burbuja inmobiliaria. Es la radiografía de un Estado erigido sobre la aluminosis de la corrupción y la idea de que el dinero de otros es más fácil de gastar que el de uno. 



Extranjero en New York o en Amsterdam, Antonio Muñoz Molina fue macerando durante unos años este amargo y lúcido análisis forense acerca de los cadáveres de nuestra democracia y de nuestra economía. Ese espejismo de solidez que estalló como un cristal que se hace añicos por culpa de un puñetazo. 


En definitiva,  un ensayo tan primorosamente escrito como necesario.


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