Título: Diarios 2012-2013
Autor: Hilario Barrero
Año: 2015
Páginas: 359
Editorial: La isla de Siltolá
Texto de contraportada firmado por José Luis García Martín (extractado): La inquieta curiosidad y la incansable cordialidad
caracterizan a Hilario Barrero, poeta, traductor, profesor nacido en Toledo y
residente en Nueva York desde hace varias décadas. (...) Toledo es la
ciudad de la infancia, del rechazo al joven rebelde y distinto, de las
celebraciones de la madurez. Las páginas dedicadas a Toledo están llenas de
melancolía, pero también de celebración. (...) Pero la gran
protagonista de una obra llena de personajes y escenarios (Málaga, Lisboa,
Boston, el Gijón de todos los veranos) es Nueva York, una ciudad inabarcable y
cotidiana que Hilario Barrero acierta a ver con ojos distintos. A la Nueva York
de Julio Camba, de Juan Ramón Jiménez, de García Lorca se añade así
–complementaria, contraria, igualmente verdadera– la de Hilario Barrero, un
nombre ya imprescindible en la literatura española contemporánea.
Aquí encontraréis la ficha completa del libro en la página de la editorial:
http://siltola.blogspot.com.es/2015/12/diarios-2012-2013-de-hilario-barrero.html
A continuación, la reseña. En cursiva, fragmentos de estos Diarios.
El Habitante Incierto posa con los Diarios 2012-2013 |
"Enero. Domingo 1.- Coleccionan plumas estilográficas, óperas raras, primeras ediciones de novelistas de la generación perdida, fotografías en blanco y negro, relojes de bolsillo de oro y desde la ventana de la sala tienen una vista alucinante de Manhattan y de Brooklyn."
Así comienzan estos "Diarios 2012-2013" de Hilario Barrero. Con una descripción. Para acto seguido dejarnos el primer destello de genio: "Una casa es un mundo, a veces un museo con una cama de matrimonio fría y sin hacer."
En este libro hay espacio para los turistas de papel a quienes les gusta conocer otras ciudades, monumentos varios, iglesias, salas de concierto, parques y restaurantes por mediación de los viajes emprendidos por otros. Hay también espacio para los enamorados de Nueva York y los que han de enamorarse de Brooklyn. Para los que se sienten cómodos en Málaga, Toledo, Gijón y su Semana Negra, o en Lisboa. Y hasta para los melómanos: sólo hay que tropezarse con las referencias a Montserrat Caballé, la Octava Sinfonía de Bruckner, al Concierto de clarinete de Mozart, Alicia de Larrocha, Rafael Frühbeck de Burgos o al Falstaff de Verdi. Pero el alcance de esta obra es mucho mayor que el de un simple muestrario de curiosidades o un escaparate de recuerdos y vanidades de todo pelaje; no, ella camina más allá: lo que de verdad refulge en sus páginas es la intensidad de la verdad, la opalescencia de la observación más afilada.
Vivir a través de los ojos de Hilario Barrero. Enamorarte de lugares que ves gracias a su aguda mirada. Sentir que el texto te recibe como el mejor de los anfitriones, que te arropa, te comprende. Experimentar la sensación de que, hacía ya tiempo, necesitabas emprender este viaje literario. Así, justamente así, me sentí en cuanto me hube adentrado en sus páginas, bienvenido, agasajado con la mejor de las atenciones, nunca forastero en tierra extraña que diría Robert A. Heinlein. De pronto eres un viejo amigo, ése al que se le cuentan las confidencias más intimas cuando el fragor de la ciudad se apaga con la caída de la noche y es más audible la voz del anfitrión. Todo tiene la naturalidad y la hondura de la confidencia; en algunas ocasiones, la tonalidad en sol menor de la despedida.
Verdaderos los vecinos, también los viajeros con que Barrero se cruza en el metro y los amigos que recupera cada cierto tiempo, viaje transoceánico a viaje transoceánico. ¿Qué decir de ese amigo que colecciona fotografías autografiadas por Montserrat Caballé? Irrevocables las ausencias que se exorcizan a golpe de nostalgia, los escenarios que ya no son lo que eran treinta años atrás por culpa del progreso, del maquillaje inexorable de las ciudades. ¡Cómo no recordar la reflexión que hace el poeta en torno a la figura de Rafael Frühbeck de Burgos, ya muy mayor, mientras dirige la Orquesta Filarmónica de Nueva York!
"En el metro me siento tan cansado que pienso que así debe de ser el hacerse viejo y no tener fuerzas para vivir. Así debe de ser ir acercándose a la muerte casi con naturalidad. Al ver entrar al director (Frühbeck de Burgos), al escenario me deprimo. Camina lento, encorvado, con dificultad. Yo lo recordaba, hace muchos años, arrogante, alto, con el rostro altivo, el gesto agrio, el ademán adusto. Sube al pódium y se sienta en una silla. (...) Morir debe de ser algo así. Esperar a la muerte debe de ser algo así: sentirse cansado, que la vida no te importe, que te duelan los huesos, que quieras dormir y no despertarte."
Más allá de la incierta sombra de la muerte que nubla las oraciones y arista el desencanto, más allá de su influjo, bulle la vida. Y bulle con todo su esplendor. Las ganas de aprehenderlo todo. Una urgencia en la mirada, una plenitud en el tacto, en los sabores y los olores. Quien lea estos Diarios no olvidará a los que se amaron a cada instante ni esa mirada de Viernes Santo. Ni las raíces que da la vida ni aquel conjunto de barcas, ni las cicatrices de los amantes. Tampoco la luz que espera a Hopper, las huellas dactilares del otoño, la frontera de los cuarenta. El sol de noviembre, la bicicleta olvidada. El cementerio de los Ingleses, los baños del Carmen. Un pregón en tu ciudad natal, el zoológico de animales de porcelana.
"Cuando empezaron las celebraciones, fuego en el espejo y brasa en la alcoba, lo celebraban en restaurantes de barrio, vino de la casa y menú del día, dormían en pensiones sin ascensor, en pisos altos de pasillos oscuros y olor a humedad y viajaban en trenes de tercera deseosos, con prisa por que llegara la noche, el amor sorprendido de tanta fuerza en los huesos y en la mirada."
"Paso por un edificio que tiene diez ventanas. En una se asoma un gato con los ojos asustados. ¿Qué es lo que ha visto? La guerra que pasa. (...) La penúltima es la ventana en movimiento del anciano que pasa y no mira, lo ignora todo porque lo sabe todo. Es un viejo que va derecho hacia la noche con los ojos llenos de luz. La última es la de ojos vacíos, la de la voz de plomo, la de la lengua de ceniza: la puta muerte."
Vivir a través de los ojos de Hilario Barrero. Enamorarte de lugares que ves gracias a su aguda mirada. Sentir que el texto te recibe como el mejor de los anfitriones, que te arropa, te comprende. Experimentar la sensación de que, hacía ya tiempo, necesitabas emprender este viaje literario. Así, justamente así, me sentí en cuanto me hube adentrado en sus páginas, bienvenido, agasajado con la mejor de las atenciones, nunca forastero en tierra extraña que diría Robert A. Heinlein. De pronto eres un viejo amigo, ése al que se le cuentan las confidencias más intimas cuando el fragor de la ciudad se apaga con la caída de la noche y es más audible la voz del anfitrión. Todo tiene la naturalidad y la hondura de la confidencia; en algunas ocasiones, la tonalidad en sol menor de la despedida.
"Se ha muerto suavemente (una vieja amiga), casi sin dolor, la carne ida, sólo los huesos, el corazón asustado de tanto tiempo, la sangre cansada de tanto caminar. Se ha muerto dejándonos un mundo de recuerdos y avisándonos de que con su muerte estamos más indefensos, más solos, más huérfanos."
Verdaderos los vecinos, también los viajeros con que Barrero se cruza en el metro y los amigos que recupera cada cierto tiempo, viaje transoceánico a viaje transoceánico. ¿Qué decir de ese amigo que colecciona fotografías autografiadas por Montserrat Caballé? Irrevocables las ausencias que se exorcizan a golpe de nostalgia, los escenarios que ya no son lo que eran treinta años atrás por culpa del progreso, del maquillaje inexorable de las ciudades. ¡Cómo no recordar la reflexión que hace el poeta en torno a la figura de Rafael Frühbeck de Burgos, ya muy mayor, mientras dirige la Orquesta Filarmónica de Nueva York!
"En el metro me siento tan cansado que pienso que así debe de ser el hacerse viejo y no tener fuerzas para vivir. Así debe de ser ir acercándose a la muerte casi con naturalidad. Al ver entrar al director (Frühbeck de Burgos), al escenario me deprimo. Camina lento, encorvado, con dificultad. Yo lo recordaba, hace muchos años, arrogante, alto, con el rostro altivo, el gesto agrio, el ademán adusto. Sube al pódium y se sienta en una silla. (...) Morir debe de ser algo así. Esperar a la muerte debe de ser algo así: sentirse cansado, que la vida no te importe, que te duelan los huesos, que quieras dormir y no despertarte."
Más allá de la incierta sombra de la muerte que nubla las oraciones y arista el desencanto, más allá de su influjo, bulle la vida. Y bulle con todo su esplendor. Las ganas de aprehenderlo todo. Una urgencia en la mirada, una plenitud en el tacto, en los sabores y los olores. Quien lea estos Diarios no olvidará a los que se amaron a cada instante ni esa mirada de Viernes Santo. Ni las raíces que da la vida ni aquel conjunto de barcas, ni las cicatrices de los amantes. Tampoco la luz que espera a Hopper, las huellas dactilares del otoño, la frontera de los cuarenta. El sol de noviembre, la bicicleta olvidada. El cementerio de los Ingleses, los baños del Carmen. Un pregón en tu ciudad natal, el zoológico de animales de porcelana.
"Cuando empezaron las celebraciones, fuego en el espejo y brasa en la alcoba, lo celebraban en restaurantes de barrio, vino de la casa y menú del día, dormían en pensiones sin ascensor, en pisos altos de pasillos oscuros y olor a humedad y viajaban en trenes de tercera deseosos, con prisa por que llegara la noche, el amor sorprendido de tanta fuerza en los huesos y en la mirada."
Buena parte de culpa de semejante intensidad la tiene otra presencia,
más vivificante que la de la muerte. Gracias al cuidado con que están
elegidas las palabras, esta otra presencia no pasa de ser una sombra que huye: me
refiero a esa segunda persona con que, a veces, departe el poeta. Es él,
la sombra que le acompaña, el destinatario y destino final del diario.
La última parada del metro. Ésa en la que uno siempre encuentra cobijo
al regresar de un viaje o de dar clases en la Universidad. El amigo que te comprende sin
que intermedien las palabras.
"Otros viajan a Ítaca porque no tienen ciudad adonde ir, yo viajo a ti cada día porque no eres sólo mi ciudad, eres mi principio y mi final, el tapiz y las sirenas."
En definitiva, es un libro hermoso. Hondo, casi flamenco. Con quejío neoyorquino pero sin el tipismo cinematográfico. Un viaje dentro de otro viaje. Un gigantesco poemario con forma de diario.
A modo de colofón os dejo el poema con que Hilario Barrero pone punto y final a la obra. Cómo no, es su adorada Emily Dickinson. Se llama "Esperanza".
"La esperanza es una casa con alas
que se posa en el alma
y canta la melodía -sin palabras,
y nunca cesa de cantar
y se la oye más dulcemente en la borrasca;
y fuerte debe ser la tormenta,
que pueda desconectar al pajarito
que ha abrigado a tantos.
Lo he oído en la tierra más fría
y en el más extraño de los mares
pero nunca, ni en la mayor adversidad,
me pidió una migaja."
Una muy buena reseña. Señala lo esencial, invita a la travesía. Comparto la experiencia.
ResponderEliminarGracias por la visita y el comentario. Es lo que intento con mis reseñas, invitar a la lectura, Alfredo.
ResponderEliminarPues allá vamos...
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