El Cuarteto Gewandhaus durante el ensayo |
Patrocinada por la Fundación Goethe, una pequeña gira ha guiado al Cuarteto Gewandhaus de Leipzig (después de recalar en Madrid y Barcelona) hasta Málaga, y más concretamente al Museo Jorge Rando, acaso uno de los grandes desconocidos de entre toda la oferta museística de la ciudad.
La tarde empezaba a declinar cuando, poco después de las ocho de la trade, los músicos ocuparon sus puestos en una esquina del recogido y coqueto patio del museo. Como era de esperar se registró un lleno hasta la bandera: hubo espectadores que permanecieron de pie durante todo el concierto ocupando los pocos huecos libres. El público manifestó, desde el principio, su afecto hacia los artistas aplaudiendo en todas y cada una de las pausas que median entre los distintos cuartetos incluídos en el programa de mano.
La elección de las obras a interpretar fue de lo más acertado y schubertiano: a saber, el Cuarteto nº 13 D.804 "Rosamunda", el Movimiento para cuarteto D. 703 "Quartettsatz", y el Cuarteto nº 14 D. 810 "La muerte y la doncella" del compositor de la Sinfonía Inacabada más famosa de la historia de la música. Casi nada. El concierto fue una verdadera delicia, todo un lujo en estos tiempos en que se diviniza la mediocridad más absoluta.
Durante el "Andante con moto" de "La muerte y la doncella" |
Más allá de alguna nota no del todo limpia, la interpretación del Cuarteto Gewandhaus fue realmente excelente, plena de fuerza pero también del tacto necesario como para cantar los momentos más líricos. Frank-Michael Erben, el primer violín de la formación, demostró que es un músico de talla internacional, poseedor de un sonido hermosísimo y una técnica envidiable. Por su parte, el chelista Jürnjakob Timm hizo que su instrumento rugiese cuando era preciso y luego acariciase las notas más delicadas, extrayendo de su instrumento un anchuroso sonido a madera. Dieron justa réplica a ambos tanto Conrad Suske, segundo violín, como el joven Ivan Bezpalov, viola, quien por cierto tañía una joya cremonesa datada en 1798 y que llamó la atención de los presentes por sus grecas ajedrezadas.
Lo mejor del concierto, amén de las virtudes artísticas de uno u otro, fue el sonido del Cuarteto Gewandhaus, pleno, verdadero y potente, y al mismo tiempo cálido, hermoso y empastado. Oyéndolo, se antojaba que la música de Franz Schubert no puede sonar de manera más idiomática que como vibró ayer en el Museo Jorge Rando. Pocas veces puede sentirse más actual una música que es casi bicentenaria que como se percibió ayer.
Salí del museo más enamorado que nunca del sonido de cámara por antonomasia, el del cuarteto de cuerdas. De ese sonido y de la maestría de Schubert. Sin
duda, el 20 de mayo de 2016 será una fecha a recordar siempre por este
melómano que es el Habitante Incierto de la Casa Deshabitada.
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