Blog personal de Alejandro Castroguer

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domingo, 16 de febrero de 2020

Vida oculta e invisible


Título: VIDA OCULTA
Título original: A Hidden Life 
Dirección: Terrence Malick
 

Año: 2019
Duración: 180 min.

Guion: Terrence Malick
Música: James Newton Howard
Fotografía: Jörg Widmer
 

Reparto: August Diehl, Matthias Schoenaerts, Valerie Pachner, Michael Nyqvist, Jürgen Prochnow, Bruno Ganz, Martin Wuttke,...

Sinopsis (extractada de Filmaffinity): Franz y Fani Jägerstätter son un feliz matrimonio que vive con sus tres hijas en su granja alpina en Sankt Radegund, Austria. Son campesinos, viven y trabajan rodeados de un impresionante paisaje montañés. 





Si el último film de Terrence Malick acaba con la siguiente cita de Mary Ann Evans (su pseudónimo era George Eliot) (…) que el bien siga creciendo en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que las cosas no vayan tan mal entre nosotros como podría haber sido se debe en parte a aquellos que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita”, esta reseña empieza con ella. Y empieza así, con estas palabras, porque no hay mejor definición de cuanto ocurre frente al espectador: hay detalles ocultos, cuando no abiertamente invisibles, que a gran parte del público se le escapa entre los dedos.

Vaya por delante que el tema del nazismo me cansa y me aburre desde el estreno de “La lista de Schindler” de Spielberg, panfleto prosionista donde los haya. Y es que es un tema peliagudo donde los equilibrios son casi imposibles. Que aquello fue un horror, nadie lo pone en duda; que los nazis mostraron al mundo lo peor del ser humano, es una obviedad. Pero volver una y otra vez sobre el tema, a mí personalmente me hastía... salvo en contadas excepciones. Pues bien, el pasado jueves fue una de esas excepciones: vencí la pereza y me acerqué al cine a ver la enésima película sobre el holocausto nazi. 

 
Y lo hice porque Terrence Malick la firmaba, sólo por eso. Desde hace mucho tiempo sigo la carrera de este director que, con sus altos (grandiosos) y sus bajos (casi de vergüenza ajena), es uno de los artistas más inconfundibles de la actualidad. Aquí, a diferencia de otras películas que han tratado el tema en cuestión, no duele la violencia, la maldad, la vesania de unos y de otros; no duelen ni los golpes de los soldados ni los desprecios de los conciudadanos; no duelen las vejaciones, las bromas a costa de los presos, tampoco las piedras que los niños del pueblo Sankt Radegund arrojan a las hijas de Franz y Fanny. Y no duelen, no porque no sea doloroso y hasta angustioso todo lo que sucede alrededor de la familia (que lo es, y mucho), sino porque lo que en verdad hace daño es todo lo contrario. 

Duele la infinita belleza de las praderas, verde esmeralda, de los Alpes austríacos. Duele el imponente silencio de las colosales montañas. También ese cielo infinito aborregado de nubes o enladrillado de tormentas. La inminencia del trueno. La mansedumbre de los ríos y el suicidio de la cascada. El mar de trigo, las espigas a punto, la mala hierba que crece por todas partes, las patatas bajo tierra. Los caminos en mitad del bosque, la senectud de los árboles, el altruismo de los manzanos en flor. El sol que agoniza y sacraliza todo cuanto roza. Lo que habita, oculto, bajo todo esta magnificencia natural.



Pero el dolor siempre es capaz de reafirmarse, máxime si quien lo filma es el señor Malick. Además de los escenarios naturales, duelen el interior de las casas, la madera sin desbastar o ya desbastada, la geografía de sus vetas, cada uno de los años que fueron necesarios para producirla. Duelen los cuadros religiosos que señalan el hogar de la familia Jägerstätter. Las puertas que no contienen la maldad. La mesa lista para el almuerzo. Las inmensas bibliotecas en manos de los verdugos, ya sean éstos los sacerdotes que consienten o los soldados que ejecutan. Las rejas que cuadriculan la luz que se descuelgan hasta las celdas.

Duele, cómo no, la música de Ärvo Part, la de Henry Gorecki, la de Bach. Duele la música, pero también el silencio y todo lo que lo subraya como necesario: el canto de los pájaros, la salmodia de las campanas de St. Valentin en Seis am Schlern, el molino asmático, el cacareo del gallo, el tintineo de la bicicleta del cartero, la cuchillada de la guadaña,...

Y por debajo de todo lo oculto, como cimientos del mismo, bulle todo el dolor invisible para quienes no saben o no quieren ver. Por debajo, ellos, nuestros hermanos los animales, los condenados de por vida: el dolor mudo de la vaca encadenada a una pared o al yugo, el dolor y el espanto de una oveja cuando es trasquilada, el quebranto del burro de carga y la inocencia del cerdo al que, sin juicio ni abogadores defensores, condena el especismo humano.


Por ponerle nombre a esto que quería sen una reseña, Terrence Malick levanta, sobre el dolor obvio de la maldad, el dolor inherente de toda la belleza, de lo inexplicable. Y habla, bien con las imágenes, bien con la ayuda de la voz en off, de lo que trasciende nuestros limitados sentidos, Malick habla de la mismísima grandeza de cuanto nos rodea subrayando la pequeñez de la violencia y del desnortado comportamiento humano. Si te gustó "La delgada línea roja" o "El árbol de la vida", asómate y mira dentro de esta "Vida oculta". De su hondura y peligrosidad, avisado quedas.
 

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