La guerra se empieza desde abajo. Señores, habitantes ocasionales de esta Casa Deshabitada, las trincheras están a nuestro alrededor... aunque sean invisibles. Y no, no vale con quejarse de la situación y no hacer nada. Eso es lo fácil: es más, es justamente lo que esperan de nosotros, que despotriquemos en voz alta (si eso nos satisface), pero nos quedemos de brazos cruzados.
¡A las trincheras de nuestro barrio, camaradas!
Hoy en día, más que nunca, dado que la guerra actual se ha transformado en algo muy sutil, en la jodida guerra económica, hay que luchar cada puñetero euro que es nuestro. No sé vosotros, pero por lo menos lo que es mío, es mío. No hay que dejarse avasallar. Y menos que nunca por la usura de los bancos.
Os voy a contar lo que me sucedió hace unos días en una sucursal de mi propia entidad bancaria.
Voy a hacer un ingreso. Llego al banco ni muy temprano ni muy tarde. Pero la cola de clientes es ya obscena, más que nada por la cantidad de personas que dilapidan su tiempo en una espera abusiva. Obsecena porque se podría emplear a un tercer ventanillero que alivie la demora. Pero para qué, señores capitalistas, para qué... si el trabajo de tres puede cubrirse con dos empleados.
De pronto una cliente levanta la voz: se queja de que le cobran 1'50€ por el texto en un ingreso en efectivo. Tiene parte de razón porque hasta hace un mes este texto se añadía de forma gratuita. Pero la queja de esta señora es fuego de artificio, balas de fogueo. Ella no es un verdadero guerrillero. Se confoma con maldecir en voz alta para que todos la escuchemos y marcharse con viento fresco. Bah, poca cosa. Camarada, te equivocas de estrategia. Seguro que por lo bajo se están riendo de tu ira.
Así que me preparo para lo peor, para la auténtica guerra de guerrillas. Voy a hacer un ingreso y necesito (por cojones) poner un texto con una referencia de compra. Como era de esperar, tan pronto como se lo hago ver al hombre que atiende la ventanilla, me informa que me habrá de cobrar el susodicho 1'50€. Afila tu cuchillo, Alejandro, prepara las granadas de mano. A esto no hay derecho. No hay derecho a cobrar esa cantidad por cuatro números. ¿Tan cara esta últimamente la tinta, joder?
Accedo a pagar ese 1'50€, no sin antes preguntar ante quién he de protestar. Porque el guerrillero Castroguer no se va a conformar con gritar y despotricar como la mujer de antes. Entonces el cajero esgrime una palabra mágica, casi una contraseña: el Interventor. Vaya a hablar con el Interventor, me dice.
Aunque sé que el enemigo no es otro soldado como yo, que no lo son ni el cajero ni el Interventor, ante alguien he de elevar mi disconformidad. Por supuesto hablo con el Interventor. Le expongo mi negativa a darme por vencido: ese 1'50€ es mío.
Me asegura que lo arreglará. Y así sucede, habitantes ocasionales de esta Casa Deshabitada. Al cabo de unos días compruebo en la pantalla de un cajero automático que me han reintegrado ese dinero. Una posterior carta que llega a casa certifica mi liliputiense victoria.
Y es que esta es la lucha. Hay que plantarse ante los abusos, provengan de donde provengan. Bastante tengo ya con pagarle la hipoteca al banco como para que se quede con mi jodido 1'50€. Emulo de Don Erre que Erre, ese viejecito interpretado por Paco Martínez Soria que luchaba por sus 257 pesetas, me salgo con la mía.
Uno de mis Santos Patronos: don Erre que Erre.
¿Cuál ha sido mi arma? Únicamente la perseverancia... pero ojo, usada
con la contundencia de una ametralladora o una granada de mano.
¡A las trincheras de nuestro barrio, camaradas! Menos palabras y más hechos. Que no se rían de nosotros, joder. A ver si al final sois más zombis que Judith, Jonás o Salvador. HE DICHO.
¡A las trincheras de nuestro barrio, camaradas! Menos palabras y más hechos. Que no se rían de nosotros, joder. A ver si al final sois más zombis que Judith, Jonás o Salvador. HE DICHO.
Porque si no abrimos la boca y protestamos de verdad, nadie lo hará por nosotros.
ResponderEliminar¡Besos!