Que la tauromaquia agoniza es algo tan evidente como que el
sector taurino la ha llevado a urgencias y trata de aplicarle, a la desesperada,
técnicas de reanimación. También lo es que la tauromaquia no ha expirado
ya gracias a los cuidados paliativos de Papá Estado, que dedica una media de
47€ por familia y año a tal fin (sin tener en cuenta que es una “fiesta” a la
que sólo asiste el 9% de la población), tan cierto como que desatiente y
recorta presupuestos en áreas tan fundamentales como sanidad o educación. A
este paso los matadores de toros, picadores, banderilleros, mozos de estoque,
etc etc van a terminar siendo funcionarios de carrera del Ministerio de
(Anti)Cultura. Pero Papá Estado y los taurinos se
resisten a que la “fiesta nacional”, conocida lejos de nuestras fronteras como
Vergüenza Nacional, sea enterrada. Les va en ello la barbarie, la sinrazón, la
locura, el olor de la sangre, los mugidos de dolor de los toros. Les va en ello
la violencia.
Pues bien, pese a esos intentos, ayer día 4 de agosto, los antitaurinos
de Málaga volvimos a darle una estocada de muerte. Porque cuando se dirime la
vida de tantos miles de reses bravas no hay margen para la libertad de gustos,
como tampoco lo hay para la violencia machista o la racista. Cuando las víctimas
son otros y otras, seres sintientes que sufren y padecen para regocijo de algunos,
no hay espacio para gustos ni preferencias. Que a uno le agrade “Casablanca” y a
tu cuñado “Dos tontos muy tontos” es cuestión de eso, de elección personal: con
no ver una u otra película acabaremos con el problema. Pero asistir a una
ejecución del Ku Klux Klan no es ningún derecho, ni mucho menos está amparada
en la libertad personal de nadie, como tampoco lo es una lapidación ni una
corrida de toros. El racismo, el machismo y el especismo son idénticos en su
raíz: la supuesta y falaz superioridad ética y moral de unos, los verdugos,
sobre otros, las víctimas.
Dos millares de personas (animalistas y/o veganos,
antitaurinos todos) nos manifestamos ayer por el centro de Málaga al grito de “¡Tauromaquia
abolición!”. La media de edad de la inmensa mayoría no alcanzaba los
veinticinco años, verdadera esperanza de futuro, todo lo contrario que el
público que asiste a los festejos taurinos, señores y señoras que nacieron en
el Paleozoico (con perdón para los paleozoicos de raza), mamaron Dictadura y a quienes
les pagamos las pensiones y sus “caprichos” cruentos. Al grito de “No con mis
impuestos” reclamamos el derecho a elegir que nuestros impuestos no financien
la tortura; quien quiera y consuma crueldad, que la pague (a ver si son capaces
de sostener su diversión). El descabello definitivo sería, por tanto, que Papá
Estado acabase con estas subvenciones. Porque lo más lamentable de
todo es que tanto taurinos como antitaurinos, amén del resto conformista y
bienestarista de la población, financiamos obligatoriamente el capricho de unos
pocos. ¡Ya está bien!
Plaza de la Constitución, calle Granada, Molina Larios,
Paseo del Parque, plaza de la Marina, calle Larios y regreso a la plaza de la
Constitución, tal fue el recorrido de la manifestación de este año. Como
rúbrica de la misma, distintos colectivos leyeron textos en favor de la abolición:
Sociedad Protectora de Animales, EQUO, Málaga Ahora, Gladiadoras por la Paz,… Llegada
desde Madrid, Silvia Barquero, presidenta de PACMA, además de abogar por el fin
de esta barbarie, habló de veganismo, poniendo voz de alguna manera a los
varios cientos de veganos (pertenecientes muchos al movimiento Anonymus for the
voiceless) que participamos ayer en la manifestación y que no dejamos de corear
el lema antiespecista “Ni toros en las plazas, ni vacas en los platos”.
En definitiva, otra estocada más a la tauromaquia. Si los taurinos,
en el ejercicio de su “hipotética” libertad, se ven capacitados para divertirse
con el sacrificio de decenas de miles de toros al año, los antituarinos, por la
misma regla de tres, estamos facultados y legitimados para apuntillar su
sangriento divertimento. Así sea, y todos lo celebremos.
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